por qué no me callo

El parqué y el porqué

Juguemos unos minutos con los dados de la ciencia y la política a ver adónde nos lleva. A mediados de mes, más o menos, como hoy, que es febrero de bisiesto, podemos sentirnos Einstein o Esperanza Aguirre y salir a la par en los portales del muro digital. Si esta era tiene algo suyo es que lo revuelve todo, y nos sale el renacentismo de dentro. Nos interesa la polimatía de la ciencia y la política, la investidura y la crisis china. Pedro Sánchez es el empleado del mes (ya saben, el jefe de planta del Corte Inglés). Febrero debería llamarse Sánchez y marzo para el que le toque. El domingo fue de color Esperanza. Algunos tienen un día y otros tienen todo el mes para tomárselo con paciencia mientras cae la bolsa y no caerá esa breva: el pacto. Einstein ha tenido cien años para él solo y no se agota de puro vigente. Sánchez, que parece entrañable y árido a un tiempo y se deja querer por el azar como un tahúr, resulta que nació un 29 de febrero, y eso lo hace rara avis. También es cierto que se mueve como pez en el agua en un año bisiesto como el que circula. Puestos a hacer de gurú, la licencia es permisiva. El azar repartirá suerte. Es una de las armas favoritas de la ciencia (y de la política). La de inventos por azar. Da para ganar la presidencia, la lotería, el Ondas o el Nobel. Hablando del cerebro cósmico del mundo, que es el trending topic, el bonancible Robert Wilson, en compañía de sonriente esposa, nos contó una vez a su tocayo el fotógrafo Roberto de Armas, al científico David Valcárcel y al que suscribe cómo descubrió sin querer con un colega la radiación de fondo de microondas, hace más de medio siglo, con una antena con forma de trompeta para sordos. Creían que el zumbido era cosa de las palomas que anidaban en la parabólica y tuvieron que disparar al aire con una escopeta para espantar la avifauna cojonera. El ruido persistía. Comprobaron que venía de galaxias ultralejanas, del big bang que fundó lo habido y por haber y nos legó esta arrogante manía de querer ser adanistas en Todo al modo cutre de imitar a Dios Se llevaron el Nobel por la feliz potra.

El jocoso Kip Thorne, que hace guiones de cine de ciencia ficción y escribe una película con su amigo Stephen Hawking (junio ya es de Hawking aquí, el mes del vecino inglés que viene al sur), se llevará el Nobel por este otro azar de las ondas, y podría llevarse el Ondas. Sugiere que podremos viajar en el tiempo, y quién sabe. Ese día no haríamos esta áspera espera: a sabiendas del desenlace, se dejarían de marear la perdiz y habría gobiernos ipso facto. La clave política es escuchar. Todos estos descubrimientos vienen a decir lo mismo: no se trata solo de ver, sino de escuchar el ruido del origen del mundo. Se ve mejor de oídas lo que está más lejos y a veces lo que está tan cerca que por eso es invisible, pero no inaudible. El resuello del origen de los tiempos y los espacios aleteando hasta nuestras orejas, que hacen las veces de la antena famosa de Wilson donde cagaban las palomas el rugido del big bang. El asunto es que no hay runrún. No hay zumbido de pacto que venga de Madrid a oídos nuestros. Dimite Esperanza Aguirre tirando de la corbata de la cisterna de Rajoy por los ascos de corrupción. Las corruptelas se acumulan en año bisiesto como excrementos del diablo que sale volando y ahí queda eso. Año bisiesto, año apocalíptico según los supersticiosos. Al PP le crecen los enanos, que tienen las orejas grandes, como decía Estrabón de los pueblos imaginarios deformes que dormían sobre ellas. A mis oídos no llega el rumor del pacto. En país chismoso donde los haya, la política va por el desagüe y todos se lavan las manos (Schommer hizo aquella serie de candidatos de Madrid mostrando las manos limpias). “Me viene, hay días, una gana ubérrima, política”, escribía César Vallejo con aquella tristura de París en su agujero negro como si tirara de la cadena o de la manta. Si dos agujeros negros se acercan mucho se funden en uno y desatan ondas gravitacionales por todo el espacio, dice Einstein. Y se arma la marimorena. Esa es la cuestión, el nitty gritty. Einstein predijo, por tanto, hace cien años la posibilidad de que Rajoy no le diera la mano a Pedro Sánchez en una antesala del Congreso para evitar las ondas de una fusión de mala gana. Y en ese sentido, el amago de Sánchez fue un acto reflejo. Rajoy le reconvino con la mirada abrochándose el botón de la chaqueta: no es tiempo de tesseras de hospitalidad. Últimamente, se evita mucho dar la mano, como dar besos, por si se coge un catarrazo o un zika.

Acaso, Rajoy y Sánchez enamoran a la manera mexicana, con despecho y acritud, en vísperas de San Valentín. Ya habrá tiempo de carantoñas allá por junio, el mes de Hawking, bajo un cielo estrellado. La teoría de la relatividad se presume que intuye un matrimonio de fuego entre ella y la física cuántica, pero no se da, no hay manera. Los matrimonios o pactos se resisten hasta que entra el cura y casa a la fuerza a los que pilla hablando al azar. Todo es relativo. Nada, desde el 20D, es absoluto. Para empezar, la mayoría esa. Ni el apretón de manos, que es romano. En la Edad Media, los caballeros se saludaban con la extremidad contraria a la vaina de la espada y no apartaban la mirada de la mano libre por si alguien desenfundaba a traición. La historia está llena de rajadas como la de Rajoy, que tiene un aire ido a don Quijote frente a su Sancho en la foto de la mano suspensa, y ya ante al rey le declinó la mano de la investidura. Terminamos hablado de la gravedad, de Einstein y de economía, del pacto y la recesión. De lo caras que nos salen las dilaciones. Esta pérdida de tiempo y espacio cuesta un Deutsche Bank. No hay sino que ver la bolsa, las ondas gravitacionales, el parqué y el porqué. Fin del juego.