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Pavel Fantl

Inaugurada por la canciller Angela Merkel en el LXXI aniversario de la liberación de Auschwitz y abierta hasta abril en el berlinés Museo de Historia, una exposición titulada Arte para el Holocausto describe la verdad del genocidio en cien imágenes ejecutadas entre 1939 y 1945. Son dibujos a lápiz y carboncillo, acuarelas, gouaches y algún óleo, realizados por cincuenta testigos del genocidio, asesinados en su mayoría en los campos de concentración y exterminio nazi. Para esta iniciativa, que enfrenta a los espectadores contemporáneos a uno de los episodios más oprobiosos y crueles de la historia universal, la administración germana contó con la colaboración del Yad Vashem, el memorial de las víctimas hebreas de la II Guerra Mundial, creado en el Bosque de Jerusalem en 1953. El bloque central de la muestra está formado por dramáticos escenarios de barracones sombríos, lodazales y baldíos alambrados y sobrecogedores retratos de los prisioneros, torturados físicamente, castigados por el hambre y por la sed, tapados con harapos y descalzos, humillados, aterrorizados, marcados por la impotencia y la desesperación, sabedores de su próximo final y, algunos, con raquíticas esperanzas de ganar una hora o un día. La Zdf (segunda cadena pública de Alemania) emitió un documental sobre los contenidos y los nombres que aportaron “su visión personal y artística de las tragedias que no deben olvidarse para evitar que se repitan”. Aparecen cualificados pintores que, con medios ínfimos, documentaron las secuencias del horror en toda su intensidad como Karl Bodek (1905-1942), Jacob Lipschitz (1903-1945), Kurt Löw (1914-1980) y Leo Haas (1901-1983), junto a aficionados con extraordinario poder expresivo como Leo Kok (1923-1945) y Nelly Toll (1935), superviviente del genocidio que, en la apertura, recordó su infancia escondida en el gueto, las represiones a su alrededor y el consuelo de inventar y trazar personajes a los que convirtió en sus amigos, los únicos en los que podía confiar y con los que podía jugar en la era de silencio y miedo. Autor de una sarcástica caracterización de Hitler como un Arlequín sanguinario, el médico checo Pavel Fantl (1903-1945) pasó por Theresienstadt y Auschwitz y contó, en clave expresionista y con notable calidad, ochenta secuencias malditas que salieron al exterior gracias a la complicidad de un guardia; padeció los asesinatos de su familia – madre, esposa e hijo – y fue fusilado poco antes que el ejército ruso liberara las siniestras “estancias del infierno”.