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Pilar Carreño

Con el rigor y la pasión que siempre pone en sus empeños, Pilar Carreño Corbella reconstruyó y relató la aventura de Los surrealistas en Tenerife en un notable libro -que hace el número nueve en su bibliografía- presentado en la Central del Museo Reina Sofía por el profesor José Luis de la Nuez, titular de la Universidad Carlos III, y el arquitecto Jaime Viguri. Con amplia experiencia docente -hasta 2013 trabajó en la lagunera Facultad de Historia del Arte- e investigadora consagrada al estudio de las vanguardias del siglo XX, le debemos ensayos reveladores del ambiente social y cultural de entreguerras y, de modo especial, del quinquenio republicano, donde al amparo de las libertades conquistadas y una sana extensión de derechos que nos homologó con las democracias burguesas, España y Canarias vivieron una intensa y brevísima Edad de Oro. Con revelaciones y documentos inéditos, ochenta años después la autora revive la celebrada estancia de André Breton, ideólogo, pontífice y brazo armado del surrealismo, su compañera, la bellísima Jacqueline Lamba, y el poeta Benjamin Péret, acogidos con entusiasmo por los hombres de Gaceta de Arte -Pérez Minik, García Cabrera, Agustín Espinosa, López Torres-, la revista dirigida por Eduardo Westerdahl, que sintonizó las inquietudes de unos jóvenes intelectuales con los rumbos libres de un movimiento determinado por el inconsciente. El equipaje de los tres viajeros incluyó setenta y siete obras que se mostraron al público el 11 de mayo de 1935 en el Ateneo santacrucero; telas, estampas en variadas técnicas, esculturas y objetos de Ives Tanguy, Marcel Duchamp, Giacometti, Max Ernst, Man Ray, Giorgio De Chirico, y de las estrellas cercanas, Pablo Picasso, Joan Miró y Salvador Dalí; entre ambos grupos, nuestro Óscar Domínguez, enlace imprescindible entre París y Tenerife, conseguidor de la muestra y “el mejor artista canario hasta el momento, el único que estuvo en un movimiento internacional”. El estudio recoge los preparativos e incidencias de un hito sin precedentes, que suma a su abundante glosario una meritoria virtualización del salón que la acogió; el desarrollo de las actividades complementarias -algunas abortadas como la proyección de La edad de oro de Luis Buñuel- y las secuelas con referencias de prensa, epistolario y testimonios personales. Y, por encima de todos esos valores, la excelente descripción del “ámbito propicio, entre asombrado, confragrativo y esnobista” en el que se materializó la efeméride.