Tenemos el día y la hora. Martes, 4 de la tarde. Una hora menos en Canarias (la hora de España, si triunfa el pacto de los relojes parados). La investidura promete ser una danza y contradanza de la vida holgazana políticamente correcta de sus señorías. La política española, torpona y perezosa como la europea, para los relojes cuando le conviene, y ahora copia la hora canaria si le salen las cuentas. Será como una oda a la muerte investida de mala manera, pero con alfombra roja como los Oscar. Es una dramatización, bien mirada, muy actual de los mitos clásicos, y los personajes que suban este martes a la tribuna de horadores representarán la carnalidad en llaga viva de una democracia vetusta tan joven todavía a la sazón. El montaje no lo supera ni Els Joglars (que tiene más años que la democracia), ahora que Boadella se compadece de los titiriteros del “Gora Alka-ETA”. Estrictamente, estamos ante un estreno que desafía la temporada teatral, y el Congreso se eleva de categoría a la de gran coliseo. Quien quiera ver la investidura como una sesión plenaria de elección de un presidente al uso, pierde el tiempo, porque, de antemano, se sabe el desenlace de la trama, y es como si te contaran el final de una película en el tráiler. Tenemos el guion, el reparto y el final publicados en la prensa como aquellas novelas por entrega de antaño. Desde ese punto de vista, carece de interés, y tendríamos cosas mejores que hacer antes que pulirnos las doce horas del telemaratón, como poco. Pero, la investidura no va de eso. Esta es una injerencia teatral muy hábil del Congreso en toda regla, que salva la crisis política de sus indecencias y acierta a dramatizar las filias y fobias de los tribunos de la plebe elegidos el 20D. La Investidura como representación, como elenco con tablas, es una contribución española muy de agradecer a los 400 años de Shakespeare, y la dramaturgia europea aprendería mucho de esta irrupción parlamentaria en el arte de Talías. Antes de que perdamos la hora menos (el tiempo en la isla del día de antes, como tituló Umberto Eco), digamos que veremos la investidura como un inglés, al estilo de Pérez Minik, y que otros vengan y pongan sus relojes en hora cuando les apetezca, que nosotros tenemos donde elegir: Greenwich o la Punta de la Orchilla, donde estuvo siempre el reloj del mundo hasta que se lo llevaron los paisanos de Shakespeare (hace 130 años). Y ya veremos. Estos días de nieve son muy propicios para cubrirnos de gloria o de mierda, que fue lo que dijo Zidane cuando perdió el derbi. Pero bajo la nieve continúan las aceras mugrientas del país y las alcantarillas son lo que son. Estamos del tingo al tango, de los tribunales al Congreso, de la tangentópoli al tufo de los pactos. Ni la nieve es capaz de tapar las vergüenzas. Sánchez & Rivera traen el abrazo de Genovés al hemiciclo y antes de que se vote, prometen prolongarnos la espera hasta la medianoche del 3 de mayo como los catalanes, que inventaron la “última hora” como nosotros la “hora menos” hasta que nos quiten la gracia, que dice Barragán que no es para tanto. Esta investidura es una gozada teatreramente hablando. Una mezcla de Orson Welles y Lindsay Kemp. (Aquella máscara suya pálida como el Teide en Flowers cuando a Tenerife venían las mejores estrellas del teatro y era algo cotidiano que hoy se cuenta y no se cree.) Viene a representar esta sesión de investidura los males posmodernos del siglo: la corrupción y el austericidio de Europa; algo saldrá de la ética y Kant -Iglesias y Rivera han hecho, como ahora se dice, una lectura exprés del filósofo por si toca en el examen, una vez escarmentados-; alguno tirará de Rita Barberá y Donald Trump, y los de Podemos tendrán que poner alguna nota o defraudarán al gallinero (donde los querían meter), una sonrisa del destino, un check and balance, un asalto al cielo, o lo que sea. Pero la metralla de la sesión es de pólvora mojada. El candidato asiste a su inmolación -si no le alcanzan los votos, que no sea una muerte sin pena ni gloria- de buen grado. El martes es su gala de investidura. Como quiera que hoy lunes, 29 de febrero, es su cumpleaños, sus señorías están invitadas, y por eso hay una sensación de gran despelote antes del desastre. La hora interminable del pacto, el reloj parado hasta el 3 de mayo. Es como en la orgía apocalíptica de aquel famoso cuadro de Delacroix, del holocausto de las damas, donde el rey asirio se abandona a su suerte/muerte con sus mujeres y tesoros, sus eunucos y esclavos y caballos y objetos más preciados, y celebra la última escena de su vida disoluta en palacio, dando rienda suelta a todos sus placeres sobre una cama de plumas colosal antes de quemarse en la hoguera con su séquito voluptuoso y no dejar rastro de nada cuanto tuvo y quiso y disfrutó, bajo el asedio inevitable de su ciudad. Subyace en el debate de investidura, que promete ser largo y copioso como la placentera cama de plumas de Sardanápalo, un desahogo de tanta tensión acumulada durante estos dos meses en blanco, una barra libre de amor/odio tras el 20D, o sea, la obra promete, se quemarán las naves y llegará el Armagedón a su hora, que todavía es una menos en Canarias. Y será lo que tenga que ser. Una escabechina. ¡Qué pedazo de obra de teatro, sí señor!
La placentera cama de plumas de Sardanápalo publicado por Carmelo Rivero →