nombre y apellido

Sabino Fernández

El que fuera secretario general de la Casa del Rey entre el 31 de octubre de 1977 y el 22 de enero de 1993 pronunció una frase lapidaria referida al general Armada, presunto cerebro del 23-F – “Ni está ni se le espera” – que fue determinante para desmontar el golpe del teniente coronel Tejero que secuestró, de modo chulesco y tabernarios al al gobierno y al parlamento. Su cercanía con el jefe del Estado y su actuación en la bochornosa rebelión cualifican una afirmación que, treinta y cinco años y cien libros después, comparto plenamente: “Cuanto más leo, menos claro tengo lo que ocurrió en la fallida investidura de Calvo Sotelo”. El general asturiano Sabino Fernández Campos (1918-2009) desempeñó leal y eficazmente su cargo y fue un escudo para la monarquía y la familia durante tres lustros; su olfato y discreción sólo admitieron una leve presunción: “Reuní y leí cuanto se escribió sobre el 23 de febrero de 1981. Y nada”. Igual nos ocurre a muchos porque, ante el deseo y el derecho de los españoles a saber lo que ocurrió en la tempranas y grave amenaza para la España constitucional, la negra efeméride sólo suscitó, y admitió, relatos circunstanciados, anecdóticos y faltos de explicaciones convincentes; crónicas noveladas, sobradas de opiniones, donde los autores revelan filias, fobias y meras sospechas; simpatías puntuales a Adolfo Suárez y Gutiérrez Mellado por dignidad y temple, y a Santiago Carrillo, la única figura del hemiciclo que renunció al cuerpo a tierra; publicaciones de relativo interés y alcance que diferencian el papel del rey en el incidente y nombres que aportan más impresiones que datos objetivos. Repaso, entre otros, portadas de Javier Cercas, Alejandro Gándara, García Navarro, Jesús Palacios, José Oneto, Alfonso Pinillas, Francisco Medina, Joaquín Prieto, Miguel Angel Aguilar, José Luis Barbería, Francisco Mora, Ignacio Puche, Ricardo Cid, Julio Busquets, Joaquín Aguirre, Rosa Villacastín, Diego Carcedo, María Beneyto y Javier Fernández López; y, además, alegatos exculpatorios de los militares San Martín, Martínez Inglés, Pardo Zancada, Fernández López y Ruiz Platero, el espía Juan Alberto Perote, Javier Calderón, entonces director del Cesid y hasta Alfonso Armada que fue, o acaso no, el Elefante Blanco, pero que no dio luz ni crédito a una intriga de amplio calado que acabó con responsabilidades limitadas, indultos pactados y una maraña documental clasificada sine die.