nombre y apellido

Tomás Pintito

Mientras camina la cuaresma, la pátina del talco desaparece lenta y nostálgica de los adoquines y el asfalto y los paisanos me remiten wasaps con imágenes y bromas pasadas, ordeno unas gavetas atestadas de escritos, recortes de prensa -para ser precisos de un único periódico, éste, cuando se editaba en La Palma- y fotografías de los ocios puntuales de la capital y la isla. Del batiburrillo entrañable salen instantáneas de los ambulantes -los Ayut, Robles, Perera, Rueda, Moreno- que fijaron los momentos gozosos de la crónica isleña. En un buen número de cartones aparece un personaje fornido y risueño -aunque presumía de huraño y colérico- y su visión nos trae, en primera instancia, la memoria de un hombre bueno para su ejemplar familia y para su legión de amigos, como evocó Juan Francisco Capote en una afectiva y humorada necrológica. Tomás Cabrera Pedrianes (1934-2015) nació en el lustro republicano y creció en la guerra y la posguerra inciviles; fue pescador y tabaquero, siempre tabaquero, porque hay oficios que, una vez aprendidos, nunca se abandonan; se jubiló como conserje de AENA y fue la sonrisa grata y el saludo cordial que, durante tres décadas, abrió mis retornos a patria chica.

En el último verano, verano de Bajada, se marchó y tardé injustamente en enterarme. Ahora sonríe desde varios retratos grupales que huelen a la juventud inolvidable y lejana; en una de ellas, con esmoquin impecable y junto a varios compañeros, aparece en la plaza de España, en el Domingo Grande del lustro y en los instantes previos a la llegada de la Virgen de Las Nieves a la plaza de España; en otra, con un poncho de costura casera, desfila por la calle Real, a la altura de la placeta de Borrero -cuando los Carnavales se llamaban, con pactada hipocresía, Fiestas de Invierno- y la Masa Coral, dirigida por Elías Santos Pinto, interpretaba coros de zarzuela de Ruperto Chapí y Fernández Caballero, y canciones pegadas a la piel de la gente, unas de aquí y otras de fuera, naturalizadas por el deje y los ripios cómplices; la tercera queda como testimonio de las fechas quinquenales que marcan con risas y lágrimas la vida de los palmeros; está tomada en un descanso entre las funciones de la Danza de Enanos -caballeros de capa y sombrero- que conmemoraron el Siglo de la Transformación y los autores -Fran Medina y quien esto escribe- posan satisfechos con el barítono de voz nítida y poderosa, de extensos registros y capaz de cantar lo que echaran; ya saben, Tomás Pintito -aquí que puede tanto el apodo-, el amigo del alma, el amigo de todos.