nombre y apellido

Umberto Eco

Cuando afloran los nombres de corruptos y defraudadores y se sabe más de sus tropelías, a la gente no le importa nada y sólo van a la cárcel los ladrones de pollos. Testigo impenitente y notario lúcido de la historia y cultura europea, Umberto Eco (1932-2016) hizo esta afirmación en el 2000, cuando ganó el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades y cuando el saqueo de las arcas públicas, los abusos de ciertos políticos y empresarios eran noticias sueltas y, no, como hoy, temas fijos y obscenos de los medios. Con un notable papel en la vida italiana desde la segunda mitad del siglo XX, su relevancia mundial llegó con El nombre de la rosa (1980), de la que se vendieron quince millones de ejemplares y fue llevada al cine, seis años después, por Jean-Jacques Annaud con Sean Connery y Christian Slater al frente del reparto.

El péndulo de Foucault”(1988) significó su confirmación como uno de los intelectuales de mayor calado e influencia y, además, que sus primeros trabajos académicos – El problema estético (1956), Apocalípticos integrados (1964), El signo (1973), Tratado de semiótica general (1975) se tradujeran a todos los idiomas y se erigieran en ensayos de referencia y gran salida editorial. Sus investigaciones sobre las indudables y complejas relaciones entre la cultura popular y la alta cultura, que arrumbó prejuicios elitistas, y la influencia de los conocimientos, tradiciones, cuentos y canciones de transmisión oral y de los lenguajes de los comics, y de los mass media revelaron el alcance de los propósitos de un humanista contemporáneo y sus valiosos logros en la explicación de la civilización occidental, amenazada por “la máquina de fango, que une al mal periodismo, la mentira y la corrupción”. Ese fue el eje central de su último gran título -Número cero (2015)- presentado en su propia casa, en el corazón urbano de Milán, a cuantos informadores y críticos se interesaron por este brillante y eficaz relato. Situado en 1992 y con el protagonismo de un empresario italiano, que crea un periódico como una máquina de poder para desacreditar rivales y activar conjuras -nada nuevo bajo el sol- Eco arremete también, por la permisividad y falta de verificación de los contenidos, y califica a Internet “como un instrumento rápido, un automóvil en el que no se puede vivir ni permanecer mucho rato”. A los intelectuales les compete la visión crítica “y no la vana tarea de hacer revoluciones, porque en ese campo somos un auténtico desastre”.