Me entero por El País de los 50 años que cumple la colección de libros de bolsillo de Alianza Editorial y eso me lleva a proponerme un ligero ejercicio de memoria -o de arqueología doméstica- acerca de cómo se va construyendo una biblioteca personal.
Por ejemplo, gracias a esa costumbre luego desechada de escribir en las primeras páginas en blanco de cada volumen el año de su lectura, constato que fue en 1986 cuando con un libro de Alianza Editorial me adentré en la ciudad de Personville, comúnmente llamada Poisonville, que relata Dashiell Hammett en Cosecha roja, la primera novela negra que escribió. Podría jurar que por ese tiempo ya se hablaba de lo mal que iba la educación en España, y sin embargo, salvo contadas excepciones, que también las hubo, creo que disfruté bastante de las recomendaciones literarias que nuestros profesores nos hacían. Supongo que de eso se trataba.
De esa misma época fue la lectura del primer volumen de una antología de cuentos de terror -del segundo, nunca supe- a cargo de Rafael Llopis en la que figuran dos relatos cuyos títulos siempre me han llamado mucho la atención, Historia de don Ramón, Marqués de Las Cisternas, o la monja ensangrentada y La princesa de Lipno o el retrete del placer criminal, y un tercero que me resultó fascinante tanto por el texto como por el contexto: El vampiro, de John William Polidori, el médico personal de Lord Byron, y junto con este, uno de los participantes en la mítica velada de la Villa Diodati, donde nació el monstruo de Frankenstein de Mary Shelley.
Y recuerdo la noche que, sería a finales de 1990, leí de un tirón un libro que me habían prestado, El guardián entre el centeno, de J. D. Salinger, con las célebres andanzas de Holden Caulfield y su curiosa capacidad para decir lo indecible.
Luego llegarían otras obras y también la posibilidad de adquirir volúmenes más costosos, pero de alguna manera, justo ese modesto puñado de libritos, junto con algunos de Cátedra y otros más de editoriales que ahora mismo no recuerdo, son en definitiva los responsables del buen o mal lector que haya podido llegar a ser. Lo que no es poco.