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La lluvia – Por Luis Espinosa García*

Amanece un día gris. Es temprano y me despierta la lluvia en la claraboya del cuarto de baño. Parece repiquetear enviando un mensaje, el cual no descifro al principio. Es muy agradable estar abrigado, en la cama, oyendo caer el agua. Al fin lo descifro, es morse: A…r…r…i…b…a…g…a…n…d…u…l No siempre es agradable oír la lluvia y menos sentirla en tu propio cuerpo. Los senderistas estamos, o deberíamos estar, acostumbrados a ella. Pero, que yo recuerde, nunca se evoca con cariño, más bien todo lo contrario. Dicen los enteradillos que siempre hay que llevar un chubasquero, o algo similar, en la mochila. Pues bien, siempre llevé uno (o similar) en mi morral o similar (léase macuto) y casi nunca me resolvió el problema de la contención de los fluidos que caen de lo alto.
Una mañana de este tipo, subiendo por el barranco de Badajoz, hubo que ponerse el impermeable, chubasquero o como se llame. Nos metimos por una senda, que dicen que era muy bonita, entre madroños, follaos y zarzales. Estos últimos se dedicaron, en cuanto cayeron las primeras gotas, a enganchar mi protección levantándola, yo creo que adrede, para que las rachas de aire me mojaran de la mejor manera posible. Terminé calado y al llegar a puerto tuve que cambiar totalmente de ropa. Me regalaron un pantalón a prueba de agua. Se secaba automáticamente. Bueno, por fin resolvía el tema de la lluvia. O eso creía yo. Esta vez tocó Anaga y caían del cielo cataratas de agua que, aleluya, no mojaron mis piernas. Pero de cintura para arriba, con impermeable o sin él, volví a quedar totalmente inundado. Y esta vez tuve que soportar la humedad varias horas. Me extraña que, a estas alturas, no me salgan mohos en alguna parte del cuerpo. Otra más. Les juro y perjuro que llevaba en esta ocasión el chubasquero en el morral. Que llevaba los pantalones de secado rápido, sombrero impermeable y demás aditamentos propios de un senderista veterano, preparado tanto para cruzar el Sahara de norte a sur como de trepar por los Ruvenzori de este a oeste. Pues bien, esta vez fue en Tenerife, en el Chinyero, subiendo por veredas en dirección a la montaña de Samara donde esperaba el coche. Nada más iniciar la travesía, partiendo desde donde comienza la pista que lleva al Parque Recreativo de Arenas Negras, empezó a llover. Llegando a Samara, donde esperábamos el vehículo salvador, la lluvia no había cesado. Entonces un cariñoso amigo me dijo: “Don Luis, arrímese un poco a la ladera que algo protegerá”. Contesté, tranquilo, no vayan ustedes a creer que estaba molesto o enfadado, no, ni mucho menos: “Amigo Pepe, o Juan, o Antonio, ya estoy tan mojado y supercalado que un poco más de agua no me va a molestar”.

Y era verdad. ¡Qué bien se está en la cama, calentito, oyendo llover!

*Médico y montañero