La guerra. El miedo
Cuando mi abuela escuchaba la palabra guerra siempre entristecía de inmediato, no importaba el lugar del mundo en el que ésta sucediera
Cuando mi abuela escuchaba la palabra guerra siempre entristecía de inmediato, no importaba el lugar del mundo en el que ésta sucediera
Yerran los que creen que la gente se divide entre votantes de izquierdas y de derechas, que los gustos y preocupaciones del personal oscilan entre lo viejo y lo nuevo
Aún a riesgo de que se me vete en tertulias, columnas y reuniones familiares de por vida, he de reconocer que, para mi consternación, no tengo una opinión formada sobre la ira
No sé cómo empezar ni cómo acabar este artículo porque temo escribir cosas inapropiadas o no encajar en lo que se supone que debe hacer una mujer de mi edad que tiene trabajo y la suerte de vivir en este lado del mundo
De todas las frases bienintencionadas que en el mundo se pronuncian, hay dos por las que siento verdadera y genuina antipatía: “Hay que resignarse” y “Es ley de vida”
Un día te despiertas y constatas, quién sabe por qué extraña circunstancia, lo que hace mucho vienes sospechando
He llegado a una edad en la que ya discuto pocas cosas. Me he hecho más tolerante a la frustración, más comprensiva, a mi pesar
Cuando era chica y se me perdía o gastaba el pegamento y no había manera de ir a comprar otro tubo, mi padre improvisaba una especie de engrudo con el que calmaba mi ansiedad de bricolaje y me mantenía entretenida y sin molestar durante un tiempo prudencial
“Se pronuncia Yan” me corrigió Mónica, su madre, la primera vez que nos encontramos, en el umbral de la cocina, y nos reconocimos, como se reconoce la gente a la que no le importa emocionarse en público
Cuando aparece sobre el escenario, a modo de corifeo, un Miguel de Molina redivivo, anunciando lo que se nos viene encima, uno ya sabe que la propuesta de La Asamblea de las Mujeres que han parido Juan Echanove y Bernardo Sánchez se vislumbra heterodoxa y, al tiempo, magnética
Un día desventurado y caluroso, de hace ahora doce años, malhaya la pena mía, iba yo en un taxi hacia casa de mis padres. Hago un inciso para precisar que conductores de todo el orbe me conocen, porque me negué a sacar el carné hasta los 40
Como aún se recuerda en Twickenham y alrededores de Richmond, yo el inglés no lo hablo, lo perpetro
Llego tarde, porque ya todos habrán exaltado o vilipendiado al que fue hombre del momento y que ahora se aprestará, suerte la suya, a sumergirse en unas vacaciones lejos del influjo de Merkel y de la Europa hostil
Los datos de la crisis evidencian un aumento de los niveles de desigualdad, y esta diferenciación es mayor que la de los países con los que deberíamos compararnos”
El sofá de color gris ratón es una escenografía tan anodina como bien pensada para el momento crucial que vamos a vivir