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#Spanish revolution

   

Es la clave internacional que se utiliza en Twitter. Un mensaje sentenciaba: “Comienza la revolución en España” y hace referencia a la manifestación en Sol, Madrid.

Demasiados políticos deberían sentir algo de incomodidad ante esta clase de reacción masiva en todo el país por la falta de oportunidades para los jóvenes y el actual orden de cosas, a veces excesivamente oligopólico.

Estas palabras tomadas de una carta-manifiesto lo dice todo: “Nos toca, pero no nos dejan, porque quienes diseñaron este mundo patas arriba han preferido morir con las botas puestas y dejar que sus restos se pudran en los puestos que nosotros debiéramos estar ocupando, porque para eso nos preparamos, porque para eso se hizo este invento, porque para eso una generación toma el testigo de la anterior y evoluciona.”

Es inevitable hacer comparaciones con lo que se inició en Túnez y contagió norte África y medio oriente hace unos meses.
En Túnez la chispa detonante fue el deseo del mandatario de ese país a traspasar todos sus poderes a su hijos. Ídem en Libia. Egipto. Todos han sido motorizados por jóvenes, sin un futuro claro, desilusionados ante las perspectivas y amplificado por las redes sociales.

En España el asunto es tan serio que desde hace algún tiempo nos preguntábamos para nuestros adentros (y a veces a viva voz) sobre las ramificaciones de la ausencia de un cambio generacional, por la longevidad de lo viejo y el represamiento de lo nuevo (tanto proyectos como personas), por la entrada en una fase de estancamiento macroeconómico que durará probablemente lustros, y por un mercado laboral profundamente esquizofrénico.

Por las consecuencias en España (y en cierta medida Europa) de una gerontocracia y una quiebra de la representatividad especialmente en aquellos segmentos a los que tradicionalmente se le concede -por biología- el futuro.
Aventurábamos como escenario resolutorio para los jóvenes la solución natural de la emigración; aún a sabiendas de los inmensos e irrecuperables costes de descapitalización que eso supone.

Ya El País dice que la población española migrada a EE.UU. se ha sextuplicado y es la que más crecimiento ha experimentado en la última década dentro del segmento de población hispana.
No nos cansamos de decir que este y no otro es el principal problema de fondo al que se enfrenta el país; y ni se hable de estos volcanes, quizás la región demográficamente más joven de toda Europa.

Aunque observamos ilusionados el desarrollo de actuaciones institucionales que siembran esperanza (y participamos activamente en alguna), pues construyen el futuro y serán oasis para el joven de la sociedad de la información, a nivel macro la cosa no se nos antoja tan halagadora.

Si vamos a lo macroeconómico y hacemos proyección lineal de lo que hay hoy no vemos luz clara al final del túnel.

Amamos esta tierra con todo nuestro corazón y no queremos más que buenas cosas para ella: sus males son también los propios; y aunque el hecho de reaccionar ante las circunstancias honra a esta juventud, no tenemos totalmente claro si terminará en algo nuevo y si es así, si termina algo nuevo positivo.
La ilusión que nos abriga cuando vemos imágenes en distintas plazas por españoles que desean cambio se hunde -desafortunadamente- en aquello de “cuidado con lo que deseas”.
¡Son tantos los escenarios torcidos que se nos ocurren! Desde el básico (y escenario más probable) de “quítate tú para ponerme yo” hasta cosas más feas.

Lo bueno es que se comienza a ver que reformar es inevitable, lo malo es que no se entiende que hay un coste asociado el cual hay que determinar. Cuán profundo y cuántas cabezas deberán caer (y si cae toda una clase entera, sean estos los jóvenes o los políticos) es cuestión de cuántos se querrán resistir al cambio de estructuras. Por eso: chapó si el movimiento 15-M es un complemento a otras fuerzas que promulgan el cambio; pero mal, muy mal, si detrás de estas sentadas está un rechazo a las medidas de ajuste que habrá que hacer para sanear cuentas públicas, pues sin eso no habrá cambio: habrá caos.