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POR NURIA ROLDÁN-ARRAZOLA >

Malqueridas

   

La pasada semana se hicieron públicas las cifras de denuncias por violencia de género en la isla de La Palma, si bien es cierto que las organizaciones de mujeres vienen denunciando los altos índices de este tipo de delitos fruto de sociedades desiguales. No deja de ser sorprendente que los máximos responsables de la seguridad sigan considerando a la isla de La Palma como una “isla objetivamente segura”. Y esto con el 15% de denuncias por violencia de género en La Palma, el mayor porcentaje de todo el Archipiélago. Puede decirse que el binomio mujer y palmera no casa muy bien con la seguridad.

¿Para quién es segura La Palma? ¿De qué tipo de seguridad hablamos? La seguridad no está exenta de un análisis de género; por ello las estadísticas hablan de este tipo de violencia y no de delitos contra la integridad personal. Desde la década de los noventa se ha venido haciendo un gran esfuerzo para segregar las estadísticas y por ende ver mejor la desigualdad presente en nuestras sociedades. Ahora queda realizar los análisis pertinentes para acometer las medidas necesarias.

La realidad es que la seguridad no es un término neutro, sino que depende del estatus que cada uno de los ciudadanos represente. Un territorio, un lugar, es más seguro para unas personas que para otras, y la realidad de nuestras ciudades, de nuestras Islas, es que son más seguras para los hombres que para las mujeres, para los niños que para las niñas, para los ancianos que para las ancianas.

Esta seguridad, o más bien esta inseguridad, está lastrando a nuestras ciudadanas en lo relacionado a su movilidad, a su accesibilidad a los recursos materiales y simbólicos, a sus decisiones cotidianas y a sus deseos y expectativas.

Es la violencia que se ejerce contra la independencia de las mujeres la que las arroja a relaciones de dependencia en las que se sienten malqueridas.

Si la semana pasada redefiníamos el llamado matriarcado como un sistema de las madres contra las mujeres. Hoy redefinimos la seguridad atendiendo al entramado de convenciones, simulaciones y apariencias que son necesarias cuestionarse para ofrecer algunas claves para un certero análisis de los procesos por los cuales las mujeres se debilitan social e individualmente aceptando situaciones y procesos de violencia que las excluya de la felicidad. La felicidad es el principio y no cuenta el fin que debe regir cualquier acción política, y por ello el amor se convierte en baluarte de la democracia. Ocuparse del amor es por ello la mayor acción política a la que nos debemos.

nuria-roldan.blogspot.com