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CUADERNOS DE ÁFRICA > POR RAFAEL MUÑOZ ABAD

Descalzos

   

Africa es un poliedro con tantos aromas, caras y colores como deseemos. Una geometría variable que generalmente se escenifica bajo los capítulos de la corrupción, las guerras civiles, las hambrunas periódicas o bien el ostracismo, que sólo y únicamente es roto por las habituales escenas que, saboreando bonitas palabras en cumbres vacuas, prometen sacos blancos de grano estampados con el logo de Naciones Unidas. De las postales africanas me han marcado especialmente las del sur del continente.

Es curioso que pueblos tan distantes como los de Burundi, Mozambique o Sierra Leona presenten un nexo común bajo la obsesión por los zapatos. Las comunidades bosquimanas o bushmen que aún yerran por los márgenes del desierto del Kalahari son algunas de las últimas almas libres de la faz de la tierra. Abuelos de todos los hombres. Etnia que afirma que nacemos dos veces. El segundo alumbramiento sólo llega cuando se ha sentido a la madre tierra bajo la umbilical desnudez de los pies. Los rudos granjeros afrikaners que antaño cazaron y persiguieron cual alimañas a los bosquimanos, paradójicamente aprendieron de éstos la necesidad de que sus blancos y rubios niños pasaran un tiempo descalzos sobre la dermis del mundo, que no es otra que la rojiza tierra africana.

En las reservadas comunidades blancas del interior de Namibia y Sudáfrica es común ver a niños de diez años ir descalzos al colegio. Siendo curioso, para los niños negros se trata de una etapa a superar con cualquier calzado. Ese que los blancos dejan en sus casas. En contraposición, para los niños afrikaners, en un periodo de sus vidas, la desnudez de sus pies adquiere tintes de carácter ritual. Una unión con la tierra a la que la tribu blanca pertenece desde 1652. Comunión terrenal, que ¿acaso también no la ostentan los pequeños xhosa o zulúes?, que igualmente nacen descalzos.

Más allá del adoctrinamiento bajo el Antiguo Testamento escrito en afrikaans, con el que los descendientes de Jan Van Riebeeck tomaron posesión de África del Sur como la tierra entregada y prometida, no deja de ser “surrealista” ver cómo en algunas zonas los niños blancos van descalzos al colegio, y los negros calzados. Tierra que igualmente pertenece al resto de etnias y grupos raciales sudafricanos. Acudiendo a algún silogismo, podríamos pensar que el niño negro ya ha nacido completo; no necesitando etapa alguna para intimar con la tierra, a diferencia de su hermano blanco.

Recuerdo cómo mis amigos Charles y Erika me comentaban y enseñaban fotografías grises que mostraban estampas de su niñez; deambulando por las dunas de algún rincón de Namibia; y recientemente retratos familiares similares de sus hijos descalzos. Si quieren ofender a un sudafricano blanco de origen neerlandés llámenlo europeo. En su históricamente angosto pasillo mental está grabado a fuego el pertenecer a la madre África; considerarse un pueblo elegido, idea entendible si buceamos en las profundas creencias calvinistas de las que brota su iglesia; pero de tales premisas, a justificar situaciones tan miserables como fue el apartheid, ya es otra cosa muy diferente.

Tal concepción de pueblo elegido y sufrido, que ha fundado su propio destino en una tierra hostil a la que fueron expulsados por la revocación del Edicto de Nantes, aquel que permitía la libertad de culto en Europa, es lo que más allá de aceptar ese vínculo espiritual con la tierra,casi obligaba a los niños a caminar descalzos durante un tiempo como modo de penitencia cristiana en las comunidades más conservadoras del interior. De una forma u otra todos nacemos descalzos.

Incluso los bosquimanos; pasando así el resto de sus vidas deambulando por los vastos espacios de ese animal inerte que es el Kalahari. Con o sin zapatos, afrikaners, coloureds, ndebele, sotho, tsonga, venda, xhosa o zulú pertenecen al mismo suelo.

Centro de Estudios Africanos de la ULL
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