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ENTRE NOSOTROS > POR JUAN HENRÍQUEZ

Gilberto Alemán, el quisquilloso

   

Me voy pal’carajo, pero préstame atención, le dije en una cafetería de la avenida de Anaga al erudito de la literatura canaria, a mi admirado Gilberto Alemán. ¡Escucha un momento!, parece que te cuesta oír a la gente. Atender a la gente sí sé, pero a un pelmazo como tú, no, ¿qué carajo quieres? ¿Eso qué es?, pregunté. Manzanilla, pasa algo. ¿Manzanilla a estas horas? ¡Coño con el tocacojones de mierda!, ¿lo vas a pagar tú? Tranquilo, no te enfades que te pones viejo. Vieja la ropa, ya quisieras tu llegar a mis sesenta y once. Joder, parece que vengo a que me perdones la vida, sólo quería pedirte un favor sobre un trabajo que estoy haciendo… ¿Un soquete como tú escribiendo un libro?, ¡andallá! Lo único que trataba en aquel encuentro con Gilberto, era que me facilitara fotografías para aquel mi primer libro, Vinos de Tenerife. Se limitó a señalarme el libro de Vinos, Viñas y Lagares, de 1995. Escanea todas las fotos que te apetezcan, las hay muy buenas, con perdón.

Aparte de la familia y amigos, mucha gente desconoce que a Gilberto le encantaba acudir cada sábado, al menos las mañanas soleadas y de poca humedad, al mercadillo de Tacoronte. Se sentaba en el muro frente a la entrada principal, desplegando al viento su frondosa y tirabuzonada cabellera ondulada de platafina, pies cruzados y cigarrillo en mano, observando cada detalle que se produjera en su campo visor. Fue allí donde a media mañana de un sábado me senté a su lado en total silencio, intentando no distraerle de su rodaje mental. Al retornar del infinito, me miró de soslayo, y dijo escuetamente: ¡Coño, Juanito, que te trae por la zona! Nada, que vine a comprar un par de mariconadas; expresión que utilizaba con frecuencia Gilberto. Es la última imagen que conservo de él.

Gilberto era una fuente de sabiduría a la que un servidor acudía a beber. Le visitaba una vez al mes durante la última legislatura (1999/2003) que estuvo en el Ayuntamiento de Santa Cruz, en aquel cutre despacho al fondo a la izquierda, del no menos tenebroso pasillo de la Planta Noble -asco de concepto- de General Antequera. ¿Te di el último editado de la Historia de Santa Cruz? Coge uno, sin levantar la cabeza, están en aquella caja, señalando el rincón. De un brinco cogí un ejemplar de Santa Cruz, Siglo XX (1921-1930). Era uno más, el nº 17, de la Historia de Santa Cruz, que, escrita en pequeños fascículos por el cronista oficial, Hijo Adoptivo y Premio Canarias de la Comunicación, era, y es, todo un lujo para la ciudad de Santa Cruz de Tenerife.

Háganme caso, el verdadero Gilberto Alemán está en El Callejón. Crónicas Laguneras, editado por el Cabildo Insular de Tenerife en 1986.

Ahí brilla la pluma de un hombre que escribe en pelotas, narrando una infancia vivida entre callejones, artilugios, personajes y anécdotas de un pasado, relatadas como sí hubieran ocurrido hace una semana. Una obra en la que Gilberto demuestra tener una memoria privilegiada, ser un observador sagaz y narrar con soberbia cada movimiento humano. Pero era un quisquilloso. ¡Con perdón!

juanguanche@telefonica.net