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Nos vendría bien pasar hambre

   

Hoy es el día de Corpus, uno de aquellos tres famosos jueves del año que brillan más que el sol y que por cuestiones de laicidad se ha trasmutado en un domingo con aroma a jueves. Da igual. El pueblo, creyente o no, no entiende de calendarios cuando se trata de apoyar sus días grandes. Y arrincona las fiestas convirtiéndolas en días de playa como en la Constitución, o las pone en el candelero, como es el caso de este domingo. Sólo constato.
Celebramos hoy una locura. No de otra forma se me ocurre nombrar este misterio que hoy paseamos por las calles: que el creador del cielo y de la tierra, el autor de la vida, el sostén de la existencia se ha hecho comida y bebida, alimento. Y así se ha quedado entre nosotros.

Va a resultar cierto, sacando conclusiones, que las galaxias, el universo entero, el tiempo mismo, no son otra cosa que una hermosa excusa que se inventó en un arrebato de amor para salir Él a nuestro encuentro. Tantos desvelos, tantos empeños cósmicos y biológicos… para acabar siendo pan y vino. Pues sí. Así es nuestro Dios, un apasionado y leal buscador de sus criaturas. Salirnos al paso es su vocación, cruzar la calle para estar en nuestra acera, romper las reglas para acer-carse. Así es nuestro Dios y ésas son sus fijaciones.

Tan cerca está, a unos metros siempre, que más nos valdría pasar un poco de hambre para volver a valorar lo que tenemos y podríamos no haber tenido. Nos olvidamos de que podríamos no haberlo tenido. Creo yo que los cristianos, por mucho que lo hagamos, siempre contemplaremos poco, siempre nos asombraremos poco ante el misterio de un Dios tan cercano. Y opino yo que no nos sobran horas ante el sagrario, ni andamos sobrados de eucaristía, aunque a veces corramos distraídos de misa en misa.

Digo, más bien, que vamos escasos de profundidad con respecto a este misterio. Empezando por los curas, que a menudo colocamos una celebración de la eucaristía en cualquier acto, como si fuera el comodín siempre útil para rellenar y dignificar los espacios en los que no sabemos qué hacer. No creo yo que eso ayude, ni como pedagogía ni como nada.
Hambre de misas y de eucaristía nos vendría bien a todos de vez en cuando para echar de menos el único tesoro realmente valioso de la fe que compartimos: la cercanía física de nuestro Dios. Ante esta verdad sólo cabe rendirse. A rendirse te invito hoy. A bajar la cabeza y cesar las palabras. A mirar bien adentro y dar gracias.

Después, todo será distinto. Porque distinto es todo ya desde que Dios es comida y bebida. Descalzarse y volver a mirar con los ojos de un niño a la eucaristía nos cambiará la vida. Asombrarse de nuevo. Buscar de nuevo su rostro. Eso es este domingo con olor a jueves de Corpus.