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Por Leopoldo Fernández >

Vega y Cabrera

   

Dos personas entrañables, durante tiempo vinculadas a DIARIO DE AVISOS, han dejado este mundo en las últimas horas sin dimitir nunca de sus responsabilidades. Se trata de Mariano Vega y José Cabrera, el primero dueño de una voz portentosa y el segundo alma mater del baloncesto tinerfeño. Mariano pasó por la vida con la honradez, la decencia y la humildad como bandera. Esencialmente bueno y generoso, en todas sus actividades (en Radio Juventud, Radio Club Tenerife, RNE y TVE, como periodista y locutor, como poeta y escritor, como presentador y animador cultural) se distinguió por una profesionalidad exquisita y por su buen gusto en el hacer y en el decir. Amaba la vida, se comprometía con los problemas de su tiempo y perseguía, por encima de todo, no molestar nunca, no hacer daño a nadie, con esa bondad que ablandaba al corazón más duro y que consideraba necesaria no sólo por amor a los semejantes, que también, sino por estar en paz consigo mismo. Cuando le invité a colaborar en DIARIO de AVISOS, antes de darme el sí Mariano se agarró a esa modestia y bonhomía tan suyas que en el fondo -él no lo advertía y hubiera querido que así fuera- le hacían aparecer con una gran superioridad ética y moral sobre muchos de nosotros. Su humanidad en las palabras y en las acciones era proverbial, como su amor por la cultura en todas sus facetas, su pulcritud en el trabajo y su afán de perfeccionamiento continuado, que a veces le llevaba a llamar al periódico para modificar una coma o cambiar una palabra de su artículo semanal.

Grande, noble y bueno fue también el palmero Pepe Cabrera, El Profesor, a quien el baloncesto de esta Isla -y en alguna medida el español- le debe todo, más incluso que a Amid Achí, que ya es decir, aunque a este gran empresario nunca se le ha reconocido. Cabrera era pura pasión, arrojo, entrega. Como entrenador, como gerente, como ojeador, como comentarista -en 1984 cubrió para DIARIO DE AVISOS la actuación de la selección española en los Juegos Olímpicos de Los Angeles, donde logró una memorable medalla de plata-, demostró lo mucho que sabía y ese amor por el deporte de la canasta con el se que ganó el respeto de todos. Suyos fueron los mejores tiempos del Náutico y el Canarias, suyos los míticos fichajes de norteamericanos fruto de sus contactos y conocimientos, y suyos en fin los trabajos con la cantera y en los primeros campus que puso en marcha en Tenerife. Fue un pionero, un adelantado de su tiempo, como lo califica Norberto Chijeb. Su labor y su herencia, y la labor y la herencia de Mariano, quedan como testimonios y esencias ejemplares de su tránsito por este soplo efímero que es la vida humana.