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OPINIÓN > POR JULIO TRUJILLO

Londres como ejemplo

   

Londres y la violencia están acaparando las noticias de los últimos días. Cuando ocurren cosas así, cuando la escoria acumulada en los márgenes de la sociedad se echa a la calle, no a pedir nada, sino a saquear y asesinar y entre ellos hay niños y odio, el estremecimiento llega a todas partes. Y eso da lugar a que los sociólogos de guardia encuentren razones para explicar que esa violencia la crea la sociedad misma y la desigualdad. Exactamente igual que explican que el terrorismo es consecuencia de la desesperación y no del fanatismo, como si todos los desesperados de la tierra estuvieran haciendo cursillos sobre cómo fabricar bombas. Se trata, en el fondo, de la vieja maquinaria que actúa quitando responsabilidad a los individuos y trasladándola a las sociedades lo que justifica la subversión de la misma. Un viejo subproducto del marxismo que se resiste a desaparecer. El Gobierno de Cameron ha hecho un diagnóstico de los sucesos señalando las deficiencias educativas y la pérdida de principios morales. Hace ciento cincuenta años, Charles Dickens, en su novela Tiempos difíciles, describiendo la sociedad inglesa de entonces, ya alertaba sobre los que ciudadanos que “después de descubierto que nada valía nada, estaban dispuestos a todo”.
Pero en Inglaterra, el estallido del pillaje ha tenido consecuencias nefastas para estos profetas. Cuando la policía estuvo desbordada, miles de ciudadanos, más que los delincuentes, se echaron a la calle a ayudar a las fuerzas de seguridad y proteger sus propiedades, y entre ellos muchos inmigrantes dispuestos a trabajar y apuntalar una de las sociedades más prósperas del mundo. Así se produjeron las muertes, cuando los saqueadores atacaron a los ciudadanos defensores de la legalidad. Así, el Gobierno ha anunciado el máximo rigor contra loa saqueadores con apoyo de la oposición laborista mientras los socios de ésta en España alertan sobre el recorte de las libertades. Todo un ejemplo para meditar.