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NOMBRE Y APELLIDO > POR LUIS ORTEGA

Rodríguez Zapatero

   

Alguien dijo que, con el anticipo electoral, finalizó el verano. Puede ser; en cualquier caso, unos días después del anuncio, las opiniones que suscitó son tópicos de campaña o parecen cogidos con alfileres; y los políticos periodistas y políticos, de natural resabidos, seguimos con cara de póker.

Con la agenda definida, a esta columna de nombres llegarán, de cuando en cuando, personas que transitan por esa latitud difusa donde se mezcla el presente, indiferente, irritado u optimista, con el pasado que, solo con el enunciado, huele a cancelación, borrón y cuenta nueva. Pese a esa evidencia, oiremos y veremos a fantasmas obsoletos a los que unos y otros recurren en estas circunstancias para satisfacer el viejo vicio de patear los traseros ajenos.

Por un mínimo y justo servicio a la memoria, tendremos que despedir a José Luis Rodríguez Zapatero (1960) como al presidente con mayores inquietudes sociales y arrestos para acometerlas; nadie puede cuestionar ese haber, tan diáfano como su infundado optimismo económico con la crisis en lontananza, marcado con letras de recesión y paro en su debe.

En el largo recorrido de la historia, el voluntarioso leonés pasará por una etapa de satanización y olvido -esa es la regla- pero quienes le conocen no incluyen entre sus defectos la urgencia de notoriedad pública que derrochó su antecesor en La Moncloa, ni le atribuyen tampoco la incómoda locuacidad que afecta a los jarrones chinos -así calificó a González a los expresidentes del Gobierno- y no cometerá el error de aconsejar o dirigir a distancia al sucesor elegido, que es la mejor forma de descalificarlo o minimizarlo.

Con cuatro meses de anticipación- ya entenderemos las claves de la madrugadora convocatoria -Zapatero y los zapateristas más cercanos volverán a sus afanes y, en el momento oportuno, alguien recordará que en la bonanza económica heredada del PP- con la liberalización total del suelo, la revolución del ladrillo y la privatización de las empresas públicas -alguien pensó en la extensión de los derechos, la atención efectiva a los dependientes y, con ciertas reservas, a los que no solo perdieron la guerra, sino también los rastros de su memoria.

El calendario, maestro de las tijeras, recortará estos propósitos, pero es justo recordar las buenas intenciones cuando el nombre y el apellido, por las implacables exigencias de la actualidad, parecen amortizados.