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ANÁLISIS > POR RUBÉN LÓPEZ

Un toque de distinción para el turismo portuense

   

Según tengo entendido, el Puerto de la Cruz es una de las cinco localidades españolas seleccionadas dentro del plan Horizonte 2020 destinado a recuperar aquellas ciudades que, habiendo desarrollado un brillante pasado turístico, nos ofrece hoy una cansina andadura como ciudad de recreo. A las realizaciones que propiciará el Consorcio que maneja ese plan, habrá que añadir los proyectos financiados por otras vías que llevan en marcha tantos años y que el ciudadano de a pie casi habrá olvidado, aunque aún se trabaja en ellos. Se trata de contribuciones de referencia para un Puerto de la Cruz turísticamente renovado. Por citar algunos ejemplos, tenemos la ampliación del Jardín Botánico, que nos recuerda al monasterio de El Escorial por su parsimonia en hacerse realidad, y hace tiempo leí con gran satisfacción que el presidente del Cabildo se comprometía a dedicar una parte del hotel Taoro como sede de intereses relacionados con la volcanología y/o la astrobiología.

La recuperación de la Casa Amarilla, el renovado Botánico, el hermoso Loro Parque, los jardines que embellecen Playa Jardín, el Museo Arqueológico, el orquidiario y el Taoro museo configuran una oferta turístico-científica que no es fácil de igualar en destinos exclusivamente veraniegos. Todos estos lujos estéticos, armonizados por la profesionalidad de expertos en turismo, serían un fundamentado incentivo para la organización de visitas guiadas, sin olvidar que proporcionan un argumento de peso para ser sede de congresos científicos, si se dota al Puerto de una sala de congresos que esté a la altura de una ciudad que quiere ofrecer al visitante algo más que el apetecible día de sol y playa. Los portuenses también disfrutamos de esos soleados días cuando nos lo permiten los muy queridos vientos alisios. Entonces, mi pueblo, con ese entorno montañoso que lo rodea, se adorna de una belleza que es un auténtico regalo para los sentidos.

Todavía algunos albergan dudas sobre lo que sucedería a las hermosas y verdes montañas de los nortes de todas las Islas con altitudes superiores a 700 metros si no nos premiaran esos vientos protectores con su presencia. Probablemente, nuestra localización africana nos recordaría muy pronto en qué paralelo nos encontramos. Aunque los usos y costumbres cambian con el paso del tiempo, podríamos apostar que fue decisivo el clima benigno que históricamente hemos disfrutado, mezcla de nuestro sol africano y nuestros alisios transatlánticos, el que atrajo a visitantes ilustres como Humbold, a Khöler con sus chimpancés, al ecólogo Haeckel (quien dijera, “nada hay en el intelecto que no haya pasado antes por los sentidos”), a la saga de botánicos de la familia Wiltpret, a los promotores del Loro Parque para aclimatar a tantas especies con garantía. A estos conocidos científicos y mecenas podemos unir un largo repertorio de grandes personajes históricos vinculados al Puerto, como son los Iriarte, Agustín de Bethencourt, Telesforo Bravo… De escritoras como Agatha Christie y Dulce Maria Loynaz es fácil pensar que aquí enriquecieran su inspiración.

El poco mimado Instituto de Estudios Hispánicos, una vez más, podría jugar un papel señero como difusor de la lengua española y de la cultura local. Para ello precisa de un mayor y mejor dotado espacio. Es obvio que se deben activar urgentemente mejoras en la playa de Martiánez y en la vetusta planta hotelera. Pero la casa debe ser iniciada desde los cimientos y nuestra piedra filosofal en este ambicioso proyecto estaría en dotar al Puerto de aparcamientos. Frecuentemente, esta carencia se ha convertido para el visitante en un elemento disuasorio y limitante.
Finalmente, la muy deseada apertura del Puerto al mar, que debe incluir el siempre prometido puerto pesquero-deportivo, precisa ser englobada en otro capítulo de ayudas financieras, según nos anuncia en DIARIO DE AVISOS el señor Senante, gerente del Consorcio.

Si con los doctos mimbres aquí señalados no se construye una buena trama intelectual como principio de atracción para visitantes amantes del buen tiempo, pero, además, dispuestos a saborear en un pueblo turístico el toque de distinción que proporcionarán a nuestro pueblo los lugares enumerados y los personajes y vecinos que nos han precedido, los portuenses y sus gobernantes se revelarían como poco dotados para relanzar a un pueblo con tantos recursos grabados en su reciente pasado.

Como ranillero en una madurez avanzada, me atrevo a pedir a mis conciudadanos que sean sensatos y contribuyan durante los próximos nueve años al renacer de este pueblo, tan olvidado por nuestros gestores. Busquemos fórmulas de consenso. Evitemos enfrentamientos estériles cuya única razón sea ocupar un protagonismo que nos lleve al enfrentamiento de banderías pueblerinas.

El paleoantropólogo Bermúdez de Castro nos recuerda que “somos lo que somos: primates muy encefalizados”. Evitemos que domine la parte primitiva de nuestro cerebro, de dudosa generosidad intelectual, cuando se trata de empresas tan estimulantes como la que ahora nos ocupa para mejorar el bienestar de los portuenses. Que sean las zonas de nuestro encéfalo curtidas por tradiciones culturales milenarias las que guíen a las autoridades y habitantes de nuestro Puerto para que empujemos todos en la misma dirección.

Rubén López es profesor de investigación del CSIC