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Latinoamérica frente a la prueba de la diversificación > Juan Carlos Sánchez Reyes

   

A diferencia de Europa y Estados Unidos, América Latina vive un próspero momento financiero a pesar de la crisis que atraviesa la economía mundial y al escenario de convulsiones de los mercados internacionales. Su Producto Interior Bruto (PIB) subirá este año un 4,5%, frente al 4,4% de 2010, un crecimiento que se une a otros datos positivos conocidos en el último año como el dinamismo de la demanda interna sustentada por políticas macroeconómicas acomodaticias que han ayudado a elevar la confianza en la economía regional.

Sin embargo, los expertos advierten sobre que hay que mantener la cautela, pues estos datos de crecimiento han sido impulsados de forma artificial por flujos globales de capitales con tendencia a la volatilidad y a la presiones inflacionarias, provocadas por el temor a una nueva recesión mundial, lo que ha situado ya a algunos países del área en riesgo de recalentamiento de sus economías.

No hace falta subrayar que esa vulnerabilidad es tanto mayor cuanto más lo ha sido el recorrido de estas estimaciones de crecimiento económico, apoyado fundamentalmente en la falsa ilusión de progreso impuesta por una burbuja financiera basada en la excesiva dependencia de Latinoamérica para las compras de materias primas, sobre todo por parte de China.

Razones, por tanto, existen para considerar que la alimentación de esta euforia que hoy vive la economía latinoamericana puede ser peligrosa. De hecho, existen elementos de juicio para asumir que no solo las cotizaciones bursátiles en los países del área pueden estar infladas por un entorno de volubles tipos de interés, sino que también éstos pueden haber generalizado en exceso las virtudes de un entorno macroeconómico cuya continuidad no está garantizada ni siquiera en el sistema financiero de Estados Unidos, donde una desaceleración tendría un impacto impredecible, especialmente sobre el gigante asiático y los países latinoamericanos.

Ni los organismos internacionales ni los analistas económicos creen que China haya hecho los deberes en Latinoamérica. De hecho, un reciente estudio de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe de las Naciones Unidas (CEPAL), con el título de Panorama de la inserción internacional, revela que el 87% de las exportaciones latinoamericanas a Asia -principalmente a China- son materias primas, y sólo el 13% son productos manufacturados, más sofisticados, lo que ha impedido a aquellos tener economías más diversificadas.

A ello habría que añadir la cifra de empresas chinas que están introduciendo en la región dudosas prácticas comerciales a través de la explotación de sus trabajadores, así como el propio Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), que reconoció que la explotación de los recursos naturales en América Latina, a causa de los flujos de comercio con China, están ocasionando un serio impacto en el cuadro medioambiental de la región.

Los gobiernos latinoamericanos harían bien en diversificar sus economías, estabilizar sus sistemas bancarios, aplicar medidas de ajuste presupuestario y desarrollar planes de recorte de la dependencia a la exportación de materias primas. Pero, sobre todo, mejorar su capital intangible: la calidad de la educación, el Estado de Derecho, la transparencia y solidez de las instituciones democráticas. Aunque solo sea como medida elemental de precaución para crecer y resistir cualquier perturbación externa en el seno de un mundo globalizado, sobre la base de una construcción innovadora que haga competitiva la economía de cada país -con sus realidades específicas- en los circuitos financieros internacionales.