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Salamanca, el barrio capitalino que crece hacia arriba

   

La calle Salamanca es la vía que da nombre a este barrio capitalino. / SERGIO MÉNDEZ

NANA GARCÍA | SANTA CRUZ DE TENERIFE

Una importante fracción de la memoria histórica de las ciudades reside en su biografía arquitectónica y urbana, en cuya elaboración, según los investigadores, ha jugado un papel importante la “infrahistoria ciudadana”. El crecimiento y evolución de las urbes suele reflejar la realidad social, cultural, económica y paisajística de su población. Tal es el caso del barrio de Salamanca, ubicado al oeste de la Rambla de Santa Cruz (antigua General Franco), donde los mejores ejemplos de viviendas unifamiliares de arquitectura tradicional (introducida por los ilustrados a finales del siglo XVIII) ha dado paso a edificios de varias alturas. “Ya no es el barrio de antes, familiar, donde todo el mundo se conocía”, explica a este periódico Alberto Hernández, copropietario desde hace 40 años de la Peluquería Miguel, ubicada en la calle Isla de La Gomera (que linda con General Fanjul y Santiago Cuadrado).

“La que más ha cambiado es la calle Salamanca, al ser la más comercial”, particularmente en los últimos 20 años, apunta José César Guillén González, responsable del emblemático Estanco Price, “y luego Calvo Sotelo”, agrega Alberto Hernández. Y es que la excesiva tecnificación y el aislamiento de las nuevas formas de organización urbanística ha tenido reflejo en núcleos como el barrio capitalino de Salamanca, donde también han cambiado las relaciones humanas. Allí, los tradicionales bares El Garoé, El Guanche, El Puente, han dado paso a establecimientos más sofisticados, como Los Ángeles. Incluso, ventas y casas de comida tradicionales que favorecían las relaciones sociales, “de las que estaba lleno el barrio”, han desaparecido por completo.

Ni ventas ni artesanos

Los vecinos recuerdan el estanco de doña Armanda, un negocio de quinielas y lotería, “donde paraba todo el barrio”, es ahora una sucursal bancaria; o la farmacia de doña Violeta que hoy se ha convertido en un establecimiento de comidas para llevar; al igual que la calle Salamanca aún recuerda al célebre Paulino, un fisioterapeuta “sin oficio ni beneficio” pero “de los buenos”.

Ahora no quedan ventas, ni oficios artesanales ni muchos de los personajes que hicieron único este barrio en el que, según apunta Luis Cola Benítez en su obra Barrancos de Añazo, la mejora de las comunicaciones con La Laguna y la construcción de puentes entre los cauces de los barrancos (Santos o el Barranquillo) contribuyeron a la configuración de ciertos barrios capitalinos, que paulatinamente fueron edificándose sobre terrenos ocupados por huertas, eriales y unas pocas casa diseminadas. El propio Juan J. Arencibia de Torres recoge en su obra Conozca Santa Cruz de Tenerife (Su historia a través de sus calles, plazas y otras curiosidades) (2005) que este núcleo poblacional debe su nombre a uno de sus vecinos, el piloto de la carrera de Indias Francisco Salamanca, que llegó a la Isla en el siglo XVI, quien poseía una finca de plataneras que contenía la mayoría de los solares que dio lugar a los barrios de Salamanca Grande y Chica, dos zonas que sus vecinos diferencian muy bien, así como el cercano barrio de Uruguay, con el que linda al norte. Las actividades relacionadas directamente con la agricultura han dado paso a un aparato administrativo y comercial dinámico, que se ha transformado de manera rápida.

Muy pocos son los vecinos originarios que aún continúan en el barrio que, precisamente, no cuenta con un acusado envejecimiento de la población. Al contrario, los nuevos vecinos se circunscriben en una franja de edad relativamente joven. El de Salamanca sigue siendo un barrio muy vivo, con una gran actividad comercial, y en el que conviven armoniosamente la Asociación de Empresarios de Pastelería y Heladería, con una clínica veterinaria, un salón recreativo, o la recientemente estrenada Peña Barcelonista Pedrito (Fundada en 2010 en La Compe Bar).

Boxeo y salas de bailes

El ayer del barrio de Salamanca está marcado por las veladas de boxeo y encuentros de dominó en la Sala Price -cuando estaba ubicada en la calle Calvo Sotelo-; los bailes de las Fiestas de Invierno en el local que en 1950 se convirtió en Cine Price (aún propiedad del empresario Antonio Saavedra) y en 1988 se transformó en un multicines de seis salas; así como los espectáculos programados en el Teatro Baudet; el cinema Victoria, “conocido popularmente como ‘el cajón de muertos” por su configuración; el cine La Paz, recordado por los vecinos como “el clásico cine de barrio, humilde, que tenía gallinero”… “Hasta la plaza de toros se convertía durante el verano en cinematógrafo (Gilberto Alemán, Rincones & Recuerdos de Tenerife).

El hoy y mañana de este núcleo singular y tradicional de Santa Cruz pasa por superar “el único problema” con que cuentan: equilibrar la convivencia con el Centro Dispensador de Metadona (en Horacio Nelson). Salamanca crece, complejo, e invita a formar parte de su gran familia.

El sueño de la bailarina

Rosalina Ripoll Amor (República Dominicana, 1951) soñó un día con dedicarse a la enseñanza, consagrar su vida a compartir conocimientos, pero no en cualquier materia, sino en la disciplina de la danza. Su fantasía terminó materializándose en la academia de danza Giselle, un centro especializado que ofrecía “calidad” por primera vez en Tenerife y que eligió como sede el barrio de Salamanca. “Empezamos en General Mola, luego nos mudamos a Horacio Nelson y después nos mudamos a la sede actual (Los Sueños), donde llevamos 16 años, pero siempre permanecimos en este barrio”.

Rosalina Ripoll soñaba desde niña con convertirse en profesora de ballet. / SERGIO MÉNDEZ

Si bien fue Rosalina Ripoll quien comenzó a abrir camino al ballet clásico en Tenerife -impartía clases en el colegio Hispano Inglés- su unión, tanto sentimental como profesional, con el afamado bailarín Miguel Navarro terminó consolidando un reputado proyecto que cumple cuarenta años el próximo curso, el Centro Internacional de Danza Tenerife. Son innumerables los alumnos que, década tras década, han pasado por este centro para aprender principalmente danza clásica, pero también “la elegancia y el buen gusto que va implícita en ella”, según sus fundadores. “En la actualidad, tengo nietas de alumnas que pasaron por esta escuela”, indica Rosalina Ripoll, una mujer con una marcada vocación de enseñanza.

Las inquietudes de Ripoll le llevaron de niña a practicar deporte, música “y mil cosas” pero fue en la danza clásica donde encontró su lugar con apenas 9 años. Se formó en el Liceo de Barcelona, donde participó en innumerables espectáculos operísticos y de ballet. No obstante, su mirada estaba puesta en un objetivo muy distinto a ser primera bailarina. “Empecé a dar clases con 14 años con mi maestro, porque en el Liceo veían que me gustaba muchísimo y que tenía muchísima paciencia con las niñas”, recuerda.

Al respecto, Rosalina Ripoll afirma claramente que le mueve más el reto de enseñar a “una niña con limitaciones pero que ama el ballet, que no a alguien tiene condiciones y experiencia”.

Reconoce que llegó a Tenerife hace 40 años por motivos personales, pero la Isla, y en concreto el barrio de Salamanca, se convirtieron en su paraíso laboral. Al principio, relata, le chocaba el gran vacío que existía en cuanto a escuelas de ballet, no en vano recuerda que procedía de Barcelona, donde había al menos unos 40 centros reglados. De hecho, con ayuda del Ayuntamiento de Santa Cruz y el Cabildo creó la compañía Ballets de Tenerife con la que en la actualidad está preparando un espectáculo para el Auditorio de Tenerife.

A pesar de que se reconoce “privilegiada” y “afortunada” en la vida y en el trabajo, la bailarina afincada en Santa Cruz reclama una igualdad de trato con otras actividades escénicas y con otras profesiones, por parte de las administraciones. Con respecto a sus alumnos, considera que deberían tener más medios para continuar con lo aprendido en el centro. “Muchos bailarines se han echado a perder por no tener la oportunidad o el valor de audicionar fuera”, indica.

La bailarina del barrio, un gran ejemplo de disciplina y respeto por la cultura, asevera que ha cambiado mucho la actitud tanto de alumnos como de los padres desde que empezó hace 40 años hasta la actualidad. Si bien el barrio y la sociedad se han transformado, Rosalina Ripoll ha permanecido fiel a su amor y respeto por la enseñanza de la danza clásica.