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LA COLUMNA > POR MANUEL IGLESIAS

El Antón Pirulero del vuelo JK5022 > Manuel Iglesias

   

Uno de los asuntos más complicados que se puede tratar en el mundo judicial es el de un accidente aéreo en la aviación comercial y las responsabilidades en en éste, porque es tal el entramado de intereses que se mueve en el drama que es difícil desentrañar la verdad, enredada en la maraña de las distintas versiones.

Es inevitable en la condición humana el buscar la defensa propia o de los cercanos y esto se manifiesta claramente en el desarrollo judicial del caso del vuelo JK5022 de Spanair, que el 20 de agosto de 2008 provocó la muerte de 154 personas, entre ellos muchos canarios, y que nos viene brindando en estas semanas las distintas declaraciones y supuestas culpas que se van adjudicando los interesados según se presentan los informes o se realizan las declaraciones de los afectados.

Como si fuera la aplicación de la canción infantil de Antón Pirulero, en el que cada cual atiende a su juego, porque si no lo atiende pagará la prenda, que en este caso tiene la carga económica para las compañías de seguros de cada cual, las partes van liberando de responsabilidad a sus defendidos y cargándola a otros, sean pilotos, compañía fabricante, técnicos de mantenimiento, la propia Spanair, etcétera, presentando informes técnicos y pronunciamientos al respecto, de manera que se hace complicado para el común de los ciudadanos tener una opinión propia fundada, porque la contradicción es tan manifiesta y, al propio tiempo, la presentación parece tan lógica en el manejo de los argumentos, que es lógico que florezcan las dudas en cada jornada.

Todo paso se diría que se construye de forma inversa a lo que aparenta como natural. Es una forma profesional de litigio. En lugar de tomar los hechos para llegar a unas conclusiones, parece que se decide a priori la inocencia de la parte respectiva, para construir hacia atrás la argumentación que lo libera de culpa y que, consiguientemente, la traslada a otros, con lo cual, cuando se cruzan los documentos de cada lado, es evidente la complicación que lleva consigo una determinación con certeza.

Es de suponer que esta confusión que nos embarga a los ciudadanos de la calle, finalmente no es tal para quienes tienen la tarea de fallar en un caso así -que por su carga técnica puede superar los conocimientos de un juez-, y de esa manera llegaremos a desentrañar la madeja.

Por un lado, la claridad en lo sucedido se le debe a las víctimas que murieron y a los familiares que han padecido su pérdida; por otro, a la propia sociedad, porque del esclarecimiento de lo sucedido verdaderamente surgen lecciones para evitar otros casos similares. Hay mucho en juego: no es sólo repartir la carga de la culpa; es también extraer lecciones para que no vuelva a pasar.