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Tarde o temprano tenía que suceder, y ocurrió ayer. Ayer, en efecto, sucedió que estuve de acuerdo con Juan Fernando López Aguilar. El eurodiputado señaló que la elección de Jerónimo Saavedra devaluaba la institución del Diputado del Común. López Aguilar acierta plenamente en resaltar que para ocupar dicho puesto lo idóneo es una figura que, procedente de la sociedad civil, esté dotada de cierto prestigio apartidista: así ocurrió con el primer Diputado del Común, Luis Cobiella, quien supo poner en marcha la institución, la respetó escrupulosamente y logró transferirle el respeto que suscitaba su persona. No se trata tanto de que Saavedra haya perdido unas elecciones (el señor López Aguilar ha perdido unas cuantas) sino, más sencillamente, que su nombramiento supondrá, sin duda, la definitiva cooptación del Diputado del Común como un espacio institucional más para practicar el malevo reparto del botín electoral. Después de las pasadas elecciones municipales, que lo mandaron desde la mayoría absoluta a la oposición en el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria, Jerónimo Saavedra dijo estar encantado con la propuesta de presidir la Autoridad Portuaria de Las Palmas. En realidad nadie se lo propuso en ningún momento. Saavedra se inventó una oferta para que la oferta se materializara de algún modo, y la adornó con emocionados recuerdos de paseos infantiles por los viejos y entrañables muelles de la capital, un bagaje de experiencias y conocimientos suficiente para gestionar uno de los principales puertos españoles. Se inventó incluso (y difundió discretamente) otros supuestas propuestas para la presidencia de la Autoridad Portuaria para que la suya, comparativamente, resultara más descollante, aceptable o razonable. Finalmente no pudo ser y entonces sus miradas se centraron en la Diputación del Común: el sueldo, aunque no sea gran cosa, no está mal, y está el despacho, el coche oficial, los billetes aéreos gratis. Darse de baja en el PSOE y en la UGT, después de casi cuarenta años de militancia, no le supondrá ningún sacrificio doloroso. Es triste contemplar una figura como la de Jerónimo Saavedra obstinado en conseguir un cargo aun al precio de erosionarlo gravemente. Saavedra ha sido ministro, diputado, senador, presidente de la Comunidad Autónoma, alcalde de una de las capitales del Archipiélago, profesor universitario y dirigente sindical, pero no está dispuesto a marcharse dignamente en silencio. Quiere seguir. Seguir donde sea. Seguir como sea. Seguir con Jerónimo Saavedra por bandera.