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Humillados y ofendidos > Juan Hernández Bravo de Laguna

   

Una vez hecho público el comunicado de ETA en el que se anunciaba el cese definitivo de la violencia, desde la Casa del Rey se informó que Don Juan Carlos consideraba el anuncio de la banda una noticia “positiva y tranquilizadora sobre el final de la violencia terrorista”. Al día siguiente, el Príncipe de Asturias hizo referencia al comunicado en la entrega de los Premios que llevan su título para alegrarse “por la gran victoria de nuestro Estado de Derecho”. Ambas declaraciones fueron cuestionadas por el Foro Ermua, que no se atrevió a citar directamente al Rey y al Príncipe, y utilizó el eufemismo pueril de decir: “Hasta Zarzuela hace cosas que no debería hacer”, según consta en las manifestaciones de Inma Castilla de Cortázar, presidenta del Foro. Esta organización también ha criticado duramente al Gobierno, a la dirección nacional del Partido Popular y, en general, a los partidos políticos por su respuesta ante el comunicado etarra y la “euforia” que dice percibir entre los políticos, que asegura no entender. Y ha denunciado que se presente el comunicado como el final del terrorismo. El Foro apoyó la concentración convocada para el pasado sábado por la asociación Voces contra el Terrorismo, de Francisco Alcaraz, y acudió a la misma. En la correspondiente rueda de prensa, junto a la directiva del Foro Ermua estuvieron varios miembros del PP, como su portavoz de Interior en el Senado, el madrileño Luis Peral; la exalcaldesa de Lizartza, Regina Otaola, y el hasta ahora diputado Eugenio Nasarre. Todos ellos, además, acudieron a la manifestación del sábado.
En pocas palabras, las asociaciones de víctimas y sus familiares, y muchos políticos comprometidos contra el terrorismo y que, en algunos casos, se han jugado la vida combatiéndolo, protestan y con razón. Se encuentran desconcertados, humillados y ofendidos. Éste no es el escenario que esperaban. Éste no es el final feliz prometido. Éste no es el premio de los buenos y el castigo de los malos que fundamenta cualquier catecismo que se precie. Porque durante demasiado tiempo y demasiadas veces les hemos contado a las víctimas y a sus familiares, y a los políticos que se jugaban la vida todos los días en territorios hostiles, un elaborado cuento de hadas, un cuento en el que el hada madrina conseguía deshacer el maleficio de la bruja etarra y volver las cosas a su estado anterior. Como si nada hubiera pasado. Como si nadie hubiese muerto ni quedado inválido. Como si la justicia y la razón prevalecieran. Durante demasiado tiempo y demasiadas veces les hemos asegurado a las víctimas y a sus familiares, y a los políticos comprometidos, y hemos repetidos en nuestros homenajes y manifestaciones, que los asesinos se pudrirían en las cárceles, y les hemos contado que con los terroristas no se negocia. Pero, al mismo tiempo, hemos negociado con los terroristas y les hemos pagado un precio por su inactividad. Ahora tendremos que seguir negociando para no comprometer su renuncia definitiva a la violencia. Y, desde luego, no está nada claro que ninguno de ellos se llegue a pudrir nunca, ni en la cárcel ni en ningún otro sitio.
Constituye una obviedad afirmar que estamos en una situación social y política delicada, que nos encontramos en el principio del fin de una era de violencia y de terror, y que por eso en la sociedad española son necesarias grandes dosis de realismo e incluso de una cierta actitud cínica. En la sociedad española se impone hoy más que nunca recordar el tacitismo político de nuestro Siglo de Oro, la reivindicación que hizo Cornelio Tácito de la experiencia histórica, favorecedora de la flexibilidad y la maleabilidad políticas, tan cercanas y tan lejanas del maquiavelismo y su justificación de los medios por el fin. Se impone recordar también a Quinto Fabio Máximo, llamado Cunctator, “el que retrasa” en latín, por sus tácticas utilizadas durante la Segunda Guerra Púnica para retrasar a Aníbal. Porque es prioritario que consigamos retrasar (ralentizar decimos ahora) la dinámica política española y serenar los ánimos de este país.
Los socialistas han demostrado con hechos que había que negociar con los terroristas porque era el único camino para conseguir algo de ellos. Y que en esas negociaciones había que mezclar la presión policial con las concesiones y los precios políticos, que había que seguir deteniendo etarras y metiéndoles en la cárcel mientras se obligaba al Tribunal Constitucional a legalizar y autorizar la concurrencia electoral de Bildu, y se premiaba y ascendía a los policías implicados en el turbio asunto del bar Faisán, además de cursar instrucciones al respecto a la Fiscalía. La estrategia del palo y la zanahoria. En realidad, en eso han estado siempre de acuerdo los socialistas y los populares, aunque no siempre se han atrevido a reconocerlo. Felipe González y Aznar lo intentaron, pero sus intentos terminaron en fracaso y nunca lo consiguieron. Lo ha conseguido Rodríguez Zapatero, si bien el mérito principal es de Pérez Rubalcaba, el candidato socialista, sin olvidar la inestimable colaboración francesa. Y hay que seguir negociando. Un problema más para una hipotética victoria electoral de Rajoy, líder de un partido cuyas bases son muy renuentes a hacerlo, y entre cuyos votantes naturales se encuentran gran cantidad de miembros de las asociaciones de víctimas y sus familiares.
Humillados y ofendidos es una novela de Fiódor Dostoyevski, publicada en ruso en 1861, en donde, desde un cierto e inevitable maniqueísmo de buenos y malos, se expone la situación trágica de unos personajes vejados, humillados y ofendidos a causa de su posición económica y social inferior. Unos personajes que, sin embargo, resisten a sus opresores sostenidos únicamente en su virtud y su genuina bondad. Por supuesto que las víctimas del terrorismo etarra y sus familiares, y muchos políticos comprometidos que se han jugado la vida todos los días combatiéndolo en territorios hostiles, han sido humillados y ofendidos, y merecen una reparación justa y razonable. Por supuesto que toda la sociedad española, todos los ciudadanos de este país, hemos sido humillados y ofendidos por el terrorismo etarra y merecemos esa reparación. Pero más allá de hadas, brujas y buenas intenciones, el realismo más elemental nos advierte que esa reparación justa y razonable tardará aún en llegar, si es que alguna vez llega. Y que haríamos bien en ir preparándonos para no verla llegar nunca.