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Marcos Pérez Jiménez – Por Luis Ortega

   

Hace 54 años, las mismas fuerzas armadas que lo colocaron en la Presidencia de Venezuela lo depusieron cortésmente de su cargo. Militar de carrera, Marcos Evangelista Pérez Jiménez (1914-2001) entró en política como cabecilla del golpe de Estado perpetrado en 1945 contra Isaías Medina. Aupado a la jefatura del Estado Mayor del Ejército, propició el derrocamiento de la Junta Revolucionaria de Gobierno, dirigida por el dirigente de Acción Democrática Rómulo Betancourt y la ocupación del Palacio de Miraflores por la Junta Militar de Delgado Chalbaud, donde ocupó la cartera de Defensa; tras el asesinato de éste, siguió en su cargo, transformó el directorio castrense en gabinete de gobierno y mandó a su gusto a través de Suárez Flamerich, un mero mascarón de proa. Desde diciembre de 1952 sustituyó a su títere y, tras un vergonzoso pucherazo, fue designado por una adicta Asamblea Nacional Constituyente “trigésimo séptimo presidente de la República para el quinquenio 1953-1958”. Su gestión se caracterizó por una bárbara represión interior, el control de los medios de comunicación y el exilio de los líderes políticos; y, en contraste positivo, abrió el país a la emigración europea -especialmente la española, formada en su mayoría por gallegos y canarios, y la italiana-; y, gracias a las altas rentas petroleras -debidas a la situación internacional y la Guerra de Corea- impulsó un programa de infraestructuras que le dio popularidad entre las clases modestas y “los inmigrantes que encontraron en nuestro bello país una oportunidad para cambiar el rumbo de su fortuna”, como enfatizó en un discurso.

Profesionalizó la milicia y mejoró sus dotaciones y, poco antes de que concluyera su periodo de gobierno, fue depuesto por sus colegas de armas. Vivió un dorado exilio en Madrid, “gracias a los bolívares y joyas que le permitieron sacar a escondidas” y a la protección del régimen franquista. Idolo para los sectores más integristas de la actual República Bolivariana, en 1998, el comandante Hugo Chávez -cuando aún no había definido el color de su ideología- lo invitó a su toma de posesión, pero la reacción rotunda de líderes sociales y asociaciones ciudadanas impidió el retorno temporal del viejo dictador, que falleció tres años después y está enterrado en una histórica sacramental donde también reposan -por gentileza del general Franco- el cubano Fulgencio Batista y el dominicano Leónidas Trujillo. En grave situación de salud, nunca conoceremos la actual opinión del presidente electo -¿hasta cuándo?- sobre su antaño admirado Pérez Jiménez.