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Inversiones – Por Alfonso González Jerez

   

Un lector -o eso espero- me señala que algunas de mis lacrimógenas quejas sobre la inactividad política en la búsqueda de inversiones en el Archipiélago son injustas, porque desde finales del pasado año ya existe un Comité de Inversiones y Proyectos Estratégicos que preside -no queda más remedio que sorprenderse- Paulino Rivero. Practico una breve consulta y, en efecto, el Comité de Inversiones y Proyectos Estratégicos existe. Digamos que su calidad ontológica se encuentra en un punto equidistante entre las carpetas y los gnomos, pero existe con toda seguridad. ¿A qué se dedica? Obviamente a examinar proyectos de inversión relevantes en Canarias y, en el caso de que sus egregios integrantes lo consideren oportuno, a “agilizar los trámites” para que estas bienhechoras inversiones no se atasquen en los retretes burocráticos y sobrevivan a las intrincadas selvas legales y reglamentarias. No voy a molestarme a identificar a los comisionados, porque en esta materia ocurre como en las tertulias de nuestras entrañables radios y televisiones: siempre son los mismos los que van rotando hasta que la comisión se disuelve en el tiempo, como el perfume de una violeta ajada, o cristaliza y se queda tirada hasta hundirse poco a poco y terminar en el subsuelo. Si se excavara bajo las sedes de la Presidencia de la Comunidad autonómica se encontrarían docenas de comisiones mineralizadas, preciosos restos arqueológicos olvidados por todos, y solo cabe lamentar que entre los mismos no se cuenten los sabios comisionados.

Los proyectos de inversión no se examinan: se buscan, se identifican y se pelean, para lo cual se suelen utilizar mecanismos perfectamente conocidos en los países civilizados, en coordinación con organizaciones patronales y cámaras de comercio. Por supuesto, ningún integrante de la comisión osará señalar, siquiera en voz bajita, que comprometer a la administración autonómica a agilizar unos proyectos y otros no podría entenderse, ejem, como una actitud prevaricadora. Asombrosamente el Gobierno, en lugar de simplificar trámites administrativos y suprimir o unificar leyes y reglamentos -lo que está en su mano- sueña con poder orillarlos para conseguir que se inviertan cientos de millones de euros. Mi convicción personal es que ya resulta inevitable la ruina y destrucción de este país, pero que siempre representa un lujo irse al carajo rodeado por estos linces, que son unos linces.