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Bartolomé Montalvo – Por Luis Ortega

   

Los aparatosos episodios que rodean al archifamoso Luis Bárcenas nos sirvieron noticias inéditas sobre sus habilidades deportivas, bursátiles y, con cierta sorpresa, sus viejas aficiones y acertadas inversiones artísticas. Del mismo modo que invocó a Ángel Sanchís, un político retirado y ahora terrateniente en Argentina, para localizar inversiones en una explotación agrícola, lo hizo con Rosendo Naseiro, tesorero como él del PP y, tras una actuación judicial anulada por defectos formales por el Supremo, destacado coleccionista de arte, como hemos comentado, especializado en bodegones, naturalezas muertas y floreros de los siglos XVII y XVIII. Para justificar en parte su cuantioso patrimonio, el orgulloso ejecutivo citó, además de su olfato financiero, sus exitosas incursiones en el mercado pictórico. A esos efectos señaló que cuatro cuadros suyos, adquiridos luego por el sagaz Naseiro, figuran hoy en el Museo del Prado. Dice bien, pero no lo dice todo porque esas obras -con excepción de una de Bartolomé Montalvo (1769-1846)- entraron en la cuota más pobre del lote de cuarenta telas -con auténticas obras maestras- que el especialista gallego vendió al Estado, mediante la fórmula de dación de impuestos del BBVA. Los beneficios de Bárcenas rondaron los diez mil euros en una operación cuyo montante fue de veintiséis millones. Para lo que sí sirvió su alusión fue para reactivar la memoria del artista segoviano que ingresó en 1814 en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y, más tarde, tras su empleo como pintor de cámara de Fernando VII, fue director de la institución. Alumno y seguidor de Luis Egidio Meléndez, se dedicó casi en exclusividad a los bodegones, con especial atención a los animales de caza, y tuvo una gran influencia en la corte, al punto de participar en la catalogación de los fondos inaugurales del Museo del Prado. Esa circunstancia justifica, con toda probabilidad, que la pinacoteca conserve cuatro bodegones -dos de ellos en sendos depósitos en los centros provinciales de Granada y Málaga- y algún que otro paisaje y marina que pervive en la decoración de los Reales Sitios. Su Besugo, que entró en el patrimonio público en 2006, fue, sin duda, la mejor de sus ventas, por la que cobró nueve mil euros. Las otras tres -dos floreros del valenciano Santiago Alabert, activo en las últimas décadas del XVIII- y un plato con dulces de M. Parra son, lisa y llanamente, elementos complementarios de época y género. Nada que convirtiera en millonario a un pobre, según las cifras por él mismo aportadas.