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Sumergible – Por Jorge Bethencourt

   

Las del alba serían cuando allá por 1992 se procedió a la botadura de una replica de la nao Victoria, aquella que dio la vuelta al mundo cuando el mar se escribía con apellidos españoles como Elcano y Magallanes y la pérfida Albión aún no había impuesto la ley de sus cañones en el salitre. Era la Expo de Sevilla y nuestro país copaba titulares para hacer cosecha publicitaria y soplar en las llamas del milagro económico. Ante las cámaras de televisión y las autoridades, la réplica de la nao fue botada, avanzó gallardamente unos cincuenta metros, apoyó la quilla en el fondo, se viró y naufragó estrepitosamente al punto que la actriz disfrazada de mascota de la Expo, Curro, tuvo que salvar los dos pellejos, el suyo y el del disfraz, nadando hasta tierra. Hace unos días, con más pena que gloria informativa, la botadura de un submarino fabricado en astilleros españoles acabó en esperpento. La sofisticada nave, de un costo de unos miles de millones de las viejas pesetas, se fue al fondo, que es lo que hacen los submarinos, pero se mostró incapaz de regresar a la superficie al contar con unas cien toneladas de peso con las que nadie había contado. Es decir, que el barco solo cumplía con la mitad de sus cometidos: el de ser sumergible. En cualquier otro país, la odisea frustrada del submarino habría acabado con varios responsables colgados de las pelotas. Pero aquí pasa lo que pasa, que hasta las notarías y el fisco se columpian escandalosamente y a nadie se le mueve el pelo. Andamos enredados en discutir si la nota de corte del 6,5 es razonable o disparatada para marcar la frontera del acceso a las becas públicas. O si las clases de religión (católica) deben o no deben estar en el acervo formativo de los alumnos. Y en la trastienda sigue felizmente hundido el sistema educativo español que tantas reformas ha soportado para terminar siendo, a día de hoy, uno de los peores de toda la Europa comunitaria. No existe ninguna universidad española entre las primeras doscientas del mundo, aunque producimos más titulados universitarios que la media europea cifra, a la que acompañamos con el mayor porcentaje de abandono escolar de los países de la UE. El crecimiento de las economías se basa en el aumento del capital y del trabajo, pero también en el desarrollo tecnológico, el llamado índice de Solow. Y en España seguimos a la cola en la inversión en I+D. El barco se sigue hundiendo mientras discutimos el corte de las becas y el peso de los crucifijos. Es el viejo lastre de un país embarrancado en el limo de polémicas improductivas y donde cada remero boga en dirección contraria. Veinte años y todo sigue igual.

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