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Rajoy cumple – Por Antonio Alarcó

   

El presidente del Gobierno y del Partido Popular, Mariano Rajoy, demostrando un firme sentido de Estado, pronunció esta semana una frase que pasará a los anales de la oratoria parlamentaria: “La lucha contra las corrupción debe servir para fortalecer las instituciones, y no como coartada para desestabilizarlas”. Rajoy ha demostrado que España tiene un presidente que cumple, un presidente de fiar. Solo una persona con las ideas muy claras, con temple, y sin nada que ocultar, es capaz de admitir en las Cortes Generales del Estado que se equivocó al confiar en quien ahora sabemos que no lo merecía.

El presidente del Gobierno compareció dispuesto, según sus palabras, a desmentir las mentiras, manipulaciones, calumnias e insinuaciones, que han hecho suyas algunos políticos y medios de comunicación, y recordó un axioma que todos deberíamos tener claro: Los ciudadanos son los principales perjudicados por una situación que podría conllevar un descrédito internacional intolerable, justo ahora, cuando España culmina un importante calendario de reformas dirigidas a avanzar en la salida de la crisis. Y es que en este intento de desacreditar gratuitamente a Rajoy, al Gobierno y al Partido Popular, subyace la mezquina mano de quien solo pretende que nadie se fije en los evidentes signos de recuperación de nuestra economía, en la creación de empleo y en los esfuerzos que estamos haciendo todos los españoles para que este país vuelva a la senda del crecimiento.

Mariano Rajoy ha dado explicaciones claras, contundentes y convincentes, y lo hemos dicho reiteradamente: La presunción de inocencia es un derecho fundamental de primer orden, una garantía con la que contamos como ciudadanos, y todos somos inocentes salvo que se demuestre lo contrario.

Tendrá que ser Luis Bárcenas, siempre y en todo caso, quien pruebe en sede judicial la veracidad de sus argumentos, y estará en la conciencia de quienes siguen prestándole apoyo a través de juicios de telediario y de primera plana de periódicos, el continuar alimentando la sospecha de forma irresponsable.

La fuerza de los argumentos de Rajoy contrasta con la pobreza del discurso pronunciado por el líder de la oposición, la peor intervención que recordamos a Alfredo Pérez Rubalcaba, tan carente de factores inhibitorios como su antecesor al frente de la dirección nacional del PSOE, que ha querido ser portavoz de quien se encuentra en prisión, y ha pretendido amenazar al Gobierno con un nuevo amago de moción de censura sin respaldo ciudadano, sin programa político ni económico conocido, y más aún, sin candidato. La algarada es la única forma política que conoce Rubalcaba, y quienes presenciamos la sesión in situ, asistimos a un discurso nervioso, deslavazado y tambaleante, lleno de medias verdades e insinuaciones. La suya no fue una intervención parlamentaria.

En su desesperación, se ha limitado a enumerar precisamente fragmentos de esos juicios de telediario. La política es otra cosa, es un noble oficio que supone entrega a los demás, capacidad de sacrificio y sana crítica, que hoy está desprestigiado por mezquindades como esta. En democracia, recordémoslo siempre, no vale todo. El reconocimiento de un error no hace más que engrandecer la figura de Rajoy, que une la humildad, pero también la firmeza, a la capacidad de sacrificio que supone haberse puesto al frente de la nave en las peores circunstancias. Mientras, Rubalcaba es cada vez más pequeño, a la altura de sus cuestionables formas y sus mentiras, pero también de las muchas carencias que le impiden ser un referente dentro de su propio partido -hoy un poco más roto que antes de esta comparecencia parlamentaria- y menos aún para la ciudadanía. Haría muy bien el líder de este segmento del PSOE en hacer examen de conciencia, si es que puede, y tras pedir humildemente perdón, dimitir de sus cargos y dejar de dar estos vergonzantes espectáculos que sus votantes, las personas de bien que confiaron alguna vez en él, no merecen.

Mariano Rajoy es una persona fiable, por estar en política por compromiso sin necesitarlo, y por su trayectoria incuestionable en las instituciones.

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