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De barbas y empleo – Por José Miguel González Hernández

   

Seamos categóricos: la formación no genera empleo, pero tiene una estrecha vinculación, como la tiene el dinero con la felicidad. Una cosa no da la otra, pero ayuda a conseguirla. La formación genera posibilidades. Fomenta la apertura de oportunidades. Ocasiona la visión de nuevos frentes. Y, sobre todo, mejora los procesos de adaptabilidad. Muchas veces se genera una manida queja respecto a la falta de formación específica, pero de lo que poca gente habla, por desconocimiento, supongo, es de la velocidad en la resolución de los problemas, la cual depende directamente del grado formativo. Los problemas complejos se solucionan con capacidad formativa. En definitiva, la primera premisa, totalmente defendible, es que el desempleo es inversamente proporcional al nivel formativo, de forma que la población desempleada con estudios inferiores a la primera etapa de secundaria representan el 55,8% de la totalidad del paro, mientras que los que tienen una educación superior ocupan el 21,1%. Respecto al nivel formativo de las personas ocupadas, el 34,4% de éstas tiene una educación superior, representando el grupo mayoritario, mientras que sólo el 0,2% de la ocupación está representada por personas analfabetas. Y todo esto teniendo en cuenta que el 54,9% de la población de 16 o más años tiene un nivel formativo inferior al obtenido en Secundaria, y sólo el 23,1% el superior. Es decir, a más titulación, mayores posibilidades de conseguir un empleo, y un empleo de mayor cualificación, lo que ayuda a obtener un mayor salario, de forma que la diferencia de titulación puede hasta significar el 28% en la retribución bruta anual. Otra cosa es el subempleo. Cuando el mercado de trabajo está poco dinamizado y no se paraliza la destrucción de puestos de trabajo, el subempleo aflora. La falta de oportunidades en determinados rangos de ocupación dispara la tasa de actividad en otros sectores o segmentos poblacionales, mutando los roles laborales. Ingenieros sirviendo copas, en la barra de un bar, no parece lo más apropiado. Insultante, aún diría más. Pero muchas veces, las circunstancias obligan a tragar teniendo la garganta bloqueada. Muy distinta es la promoción laboral interna dentro de las empresas. De igual modo, cualquier cargo relacionado con la responsabilidad no nace de forma espontánea. Es la experiencia y la capacitación profesional lo que da el know-how necesario. Si hay una formación asociada a ese cargo, la evolución es inmediata. Por el contrario, si el nivel de incompetencia es tal que, por muchos galones que se tenga, no hay un pilar intelectual formativo que lo sostenga, sólo permanecerá en el desempeño de sus ocupaciones si alguien, de forma dedocrática, así lo decide, pero, tarde o temprano, terminará cayendo. Y de la temporalidad ni hablemos. Que de cada 10 contratos, nueve sean temporales, nos da ya una idea de cómo de flexible son las relaciones laborales, y ésta también está correlacionada con el nivel formativo, de forma que, a más formación, mayor estabilidad, siendo la propia persona la que decide, dentro de unas limitadas posibilidades y prudentes situaciones de orgullo, donde desempeñar su ocupación adscribiéndose tal fenómeno al campo del autoempleo. Por ello la letanía que hay que repetir incesantemente es la de formación para conseguir un puesto de trabajo, formación para mantener el puesto de trabajo y formación para promocionarse como persona, tanto dentro como fuera del puesto de trabajo. Lo otro es más cómodo, pero dota a una vida de mucha incertidumbre que, dentro de las posibilidades que uno tiene, no es nada recomendable. Sobre todo viendo a personas que parecían intocables. Así que, como dice el dicho, cuando veas las barbas de tu vecino recortar, pon las tuyas a remojar. Y si es formándote, mejor.

José Miguel González Hernández es ECONOMISTA