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Grandes males – Por Rafael Martínez-Simancas

   

La salida a la calle de los condenados de la Operación Malaya, tras haber conocido su sentencia, debería convertirse en mural para exponer en el Museo Reina Sofía, en ese lugar dónde también está El Abrazo de Juan Genovés. Sería un mural muy útil para que las generaciones futuras entendieran el nivel de corrupción en el que nadamos. La sonrisa de la exalcaldesa Marisol Yagüe es la de un pillo que sabe que su maldad ha sido premiada, igual que un lazarillo feliz porque le ha robado el vino al ciego. A grandes males montamos grandes juicios de los que suelen salir bastante indemnes los acusados, todo lo que se saqueó en Marbella no será devuelto nunca, y lo que es peor: ninguno de ellos ha dado muestras de arrepentimiento, una vez libres se les verá por la costa instalados en el lujo al que estaban acostumbrados, y si la pena se lo permite, hasta es posible que vuelvan a intentar presentarse a unas elecciones. Si poca vergüenza tuvieron para robar, menos tendrán para mostrarse como honrados candidatos que buscan el bien del pueblo. Sí, de ese mismo pueblo que votó a Gil con dos mayorías absolutas; luego, algo de responsabilidad tienen y alguna reflexión deberían hacer. La sentencia del caso Malaya admite que la instrucción se hizo muy deprisa, sin garantías jurídicas y en ocasiones se aplicó la “pena de Telediario” para sacar al presunto chorizo esposado ante las cámaras. También se dice que algunas pruebas se destruyeron, quizá esto nos suene a otro caso más actual. Tendemos a confundir el volumen aparatoso de un sumario, la acumulación de páginas, la extensión de una cuerda de presos con una sentencia a igual escala pero no siempre es así. Nos pierde el espectáculo de la Justicia en detrimento de un sumario elaborado. La prisa, la tendencia a aparecer en la tele como jueces de moda, lo llamativo que resulta enviar a un equipo policial a detener a una folklórica, todo eso si no tiene argumento procesal sólido no sirve de nada.