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¡Mudos, no! – Por Juan Julio Fernández

   

Hace unos treinta años me presenté a un concurso convocado por el Ayuntamiento de Santa Cruz de la Palma para el embellecimiento de la entrada a la ciudad -pueden consultarse las actas del Ayuntamiento- que perdí por un voto, con una propuesta con la que, es cierto, me saltaba las bases, pues me salía del emplazamiento elegido -la rotonda enfrentada a la Calle Real- y actuaba en el parterre central entre ésta y la siguiente rotonda en la que ahora se intenta colocar una estación de bombeo -en lenguaje político ‘mamotreto’ y en el popular algo malsonante y maloliente- y no, precisamente, para embellecer sino para afear y entorpecer.

Proponía, en el parterre central, una lámina de agua de la que emergía, hacia el centro, una escultura con dos manos entrelazadas que con los dedos y nudillos acentuados por el escultor, recordaba el volumen de una isla montañosa como la nuestra, a la vez que transmitía un mensaje de acogida y de fraternidad consustanciales a nuestra manera de ser. No fue reconocida y el premio se otorgó a una fuente luminosa como las que empezaban a ponerse de moda en Barcelona y que, años después, demolida, acabó con sus mármoles, luminarias y el dinero que costó en la alcantarilla. Hoy, en el parterre central, se ubica una oficina de Turismo funcional que cumple su papel dignamente y que, en su momento, fue aceptada sin rechazos.

No ocurre lo mismo con la estación de bombeo sobre la que se concentra una oposición generalizada por no decir que unánime, a lo que en sí mismo supone y al oscurantismo que ha envuelto su gestión y que solo puede repararse con una total transparencia, empezando por aclarar toda una serie de puntos que no han sido explicados.

Se insinúa, por un lado, que el emplazamiento se impone desde Madrid cuando todos sabemos que las competencias en aguas, incluidas las de saneamiento, las tiene el Consejo Insular de Aguas, por lo que algo habrán tenido que ver los técnicos insulares para desarrollar un proyecto por cuenta propia o siguiendo instrucciones de las autoridades locales, lo que puede explicar el secretismo mantenido y, por otro -así lo acaba de manifestar el alcalde del PSOE que pronto cederá la vara a otro del PP- que el Ayuntamiento trate de buscar “una alternativa” a la propuesta actual siempre que no se paralicen las obras de la playa, dando a entender que éste es un imperativo del Gobierno central.

Y aquí viene una pregunta que como yo, por lo que he podido constatar, se plantean muchos palmeros: ¿Es este proyecto, más que de playa, de ordenación del litoral urbano, el adecuado para la ciudad y la isla? ¿Se está haciendo lo que la ciudad demanda o nos hemos vendido por un plato de lentejas? ¿Es ésta una solución conveniente para los ciudadanos?
Sin ningún proyecto previo, sin ninguna ordenación planificada, hemos visto durante muchos años como la explanada ganada al mar a lo largo de la Avenida se colmataba de coches en las jornadas laborales, lo cual confirmaba que era una necesidad del núcleo urbano que, a la vez le daba vida, animaba sus calles y movía los comercios y de manera notoria y sensible a lo largo, de la calle Real, del Muelle a La Alameda.

¿Y se ha tomado en consideración esta demanda y esta respuesta en el proyecto que el Alcalde, según manifiesta, teme que se paralice por sus graves consecuencias?.¿Y cuáles son éstas? ¿Y quién lo paraliza? ¿Y quién o quiénes las van a dejar paralizar? ¿Habrá que hacer una cadena humana o provocar un despelote para que los dirigentes reaccionen y nos tengan en cuenta?

Espero que se imponga la racionalidad. Quizás sean conclusiones estas mías a las que llego -cosa natural, según los filósofos- por la sabiduría de la vejez o la cordura de la madurez y, desde luego, en mi caso, por el amor a una ciudad en la que nací y en la que arrancó mi andadura vital, en la que, sin duda, me habré equivocado muchas veces, pero en la que he tratado de mantener, siempre, mi independencia. He escrito varios libros sobre la ciudad y la isla, sólo o en colaboración, y creo que nuestro territorio es un todo y nuestra singularidad un acervo que tenemos el deber de preservar, enriqueciéndolo y nunca arruinándolo.

Probablemente, seguiremos hablando y, una vez más, animo a mis paisanos a que digan en voz alta o escriban lo que piensan, para que nadie crea que el que calla otorga. Las mayorías silenciosas pueden llegar tarde. ¡Mudos, no!