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Galión, Gredos y Timíbucar – Por Juan Julio Fernández

   

En una reciente intervención mía en La Investigadora de Santa Cruz de La Palma el pasado 27 de diciembre me reiteré en mi punto de vista contrario a la instalación de una estación de bombeo en la rotonda de salida del puerto y de entrada a la ciudad y a la Isla. También cuestioné la validez del proyecto de ordenación del frente litoral que corre a lo largo de la actual y hasta ahora avenida Marítima, hablé de errores pasados y esbocé otras alternativas que sigo entendiendo que pueden responder mejor a las exigencias urbanísticas de una ciudad con más de cinco siglos de historia y a las demandas reales de residentes y visitantes, tanto del resto de la Isla como de turistas, por el momento y mayoritariamente, de cruceros que entran por el puerto que se pretende ornamentar con la cada día más cuestionada estación de bombeo.

En el fondo de la cuestión está el oscurantismo con el que se ha llevado esta propuesta por los responsables de la adjudicación del proyecto olvidando que un núcleo urbano consolidado necesita evacuar las aguas negras que genera y que, ante la amenaza de la empresa adjudicataria de paralizar las obras, han tratado de resolver tirando por el camino más fácil aun a costa de crear serios problemas, lo que ha motivado, por un lado, una creciente oposición ciudadana y, por otro, un empecinamiento de los políticos y técnicos responsables de la imprevisión, aunque, al parecer, se ha reanudado el diálogo con los organismos de Costas y Puertos para que no sea la ciudad la que cargue con el desaguisado. Entender que en la discrepancia radica la esencia de la democracia es algo positivo, lo mismo que reconocer que en los problemas que afectan al interés general está cada día está más generalizada la percepción de que los políticos no están cumpliendo con el papel al que se deben.

La ciudadanía acaba dando muestras de sensatez que, si no son tenidas en cuenta por los dirigentes, dan pie a que la sociedad responda de forma dramática

Y cuando es el interés general el que está en juego es cuando la capacidad de diálogo tiene que aumentar. La ciudadanía acaba dando muestras de sensatez que si no son tenidas en cuenta por los dirigentes, dan pie a que la sociedad responda de forma dramática. Caliente está aún la revuelta ciudadana no deseable de Gamonal, en Burgos, aunque sean supuestos bastante distintos.
No es mi intención seguir insistiendo en lo que he escrito y dicho, sino referirme a mi comentario en la charla del Casino sobre la habilitación de aparcamientos en distintas vías y al cambio de la circulación en la carretera de El Galeón -sic-, con serios inconvenientes para los vecinos del barrio de La Portada.

Leoncio Afonso, que navega, incombustible, hacia los 98 años, me envía una cariñosa carta en que se adhiere a mis planteamientos y me corrige esta referencia puntualizándome que el auténtico nombre del lugar citado no es “Galeón”, sino “Galión”, voz olvidada y otrora aplicada a “personas gamberras y abusadoras” y que de ahí pasó a adjudicarse, en toda Canarias, a lugares de difícil acceso y que los correctores de mapas, con total desconocimiento, transcribieron como “Galeón”, con el resultado, contradictorio y absurdo, que supone imaginarse un barco de esta categoría encallado en un barranco escarpado y abrupto.

Con erudición que quiere hacerse perdonar como una digresión debida -dice- “mucho a su condición”, me añade que este barranco, en su tramo final, pasó a llamarse Gredos, “otro absurdo del que aclaró Pérez Vidal su verdadero origen”. No era de “Gredos”, sino “Degredos” por estar junto al “degredo”, nombre que se aplicaba al “lugar donde se confinaba a los que se temía portaran enfermedades contagiosas” y que, en Tenerife, se recuerda como “lazareto”.

Y en su magisterio y para mi deleite -y supongo que también para el de los interesados en estas cuestiones- me añade una explicación sobre otro toponímico también relacionado con el lugar, “Timíbucar”, compuesto por “T”, artículo femenino, “Imi” que significa “boca”, y “Bucar”, equivalente a “corte profundo en el terreno”, cuya conjunción completa da “Timíbucar”, como se conoce al lugar actual del final del barranco de Galión, discrepando de la interpretación que en su momento hizo otro erudito, Álvarez Delgado.

Con este comentario, aparte de agradecer a los que, presentes en mi conferencia me manifestaron coincidencias y a los que no allí, sino por otros medios, me han aleccionado con sus discrepancias, tengo que reconocer que, de rebote, me he enriquecido conociendo algo que desconocía. Tener la oportunidad de aprender es algo que en cualquier circunstancia hay que agradecer y es lo que trato de hacer con Leoncio Afonso, entrañable allegado y palmero ilustre.