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¿Hace falta una catedral? – Por Carmelo J. Pérez Hernández

   

Si le apetece, hoy puede entrar en la Catedral de La Laguna. Este domingo tiene usted la oportunidad de volver a pasear por las naves del primer templo de la Diócesis, casi 12 años después de su cierre por razones técnicas. Intentando mantener la cabeza fría, alejada del sentimiento generalizado de alegría que se vive en La Laguna y en nuestras islas, cabe preguntarse: ¿de verdad necesitamos una catedral? Los creyentes la necesitamos, aunque sabemos bien que el santuario en el que Dios prefiere habitar es nuestro propio interior. Pero este templo que el próximo viernes se recupera para el culto nació en su día como una prueba de nuestra madurez en la fe y eso mismo seguirá representando. Sí, hubo un día en que la Iglesia tomó nota del empuje de los creyentes de Tenerife, La Palma, La Gomera y El Hierro y decidió construir una casa en la que acoger a todos los que peregrinaban en la fe en estas islas. Así nació la Diócesis, un hogar cálido. El edificio vino después. Y también es necesario. Los creyentes en Cristo tenemos vocación de vivir con intensidad el tiempo en el que nos ha tocado andar y de servir a quienes buscan el rostro de Dios. A diferencia de filosofías y animismos egocéntricos varios, a nosotros nos va la vida, la gente, el día a día… Y la Catedral supone en medio de este devenir el faro al que dirigir los ojos cuando estamos desconcertados. Su solidez es figura de la lealtad de Dios y punto de encuentro para quienes buscan ser leales. Allí predica el obispo, a quien Jesús llamó un día a convertirse en báculo, en bastón sobre el que descargar el peso de nuestros cansancios. La catedral no es su casa, sino la nuestra, pero en ella y de manos de Bernardo nos sabemos eslabones de una cadena segura, hijos de un Dios que sin descanso se ha mantenido firme en la promesa de cuidarnos a través de manos humanas. El obispo garantiza que esos abrazos son las caricias desinteresadas de Dios, y no el engaño de cualquier iluminado que juega a suplantarlo. La catedral que este viernes nace por segunda vez emerge de su propia debilidad con vocación de sencillez en el servicio, tal como ha sido reformada: “Ha sido una ejecución de lo estrictamente indispensable, ajustándonos al presupuesto con el que contábamos”, ha ilustrado el arquitecto Márquez Zárate. Ese espíritu del Papa Francisco ha de marcar la vida del templo cada vez que abra sus puertas para dar refugio en su interior a los sencillos, a los que buscan lo esencial, a los que aman la transparencia y la claridad, a quienes no buscan apaños ni atajos y desean que les conduzcan sólo hacia Dios. No necesitamos una catedral para lucirla, sino para vivirla. Necesitamos un hogar cálido, gestionado por hombres experimentados en la acogida y en la misericordia, al que poder dirigir nuestros pasos sabiendo que allí estamos seguros, que la fe en Cristo se ofrece allí con la lozanía y la verdad que sólo pueden compartir quienes cuidan su experiencia de Dios. Los creyentes necesitamos la catedral. En su firmeza intuimos la solidez de Dios siempre nuevo, siempre por estrenar.

@karmelojph