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Melinda y Bill – Por Juan Carlos Acosta

   

Que el sicólogo suizo Carl Jung quien acuño el término de “sincronicidad” para intentar revelar el misterio de las coincidencias recurrentes en el Universo. El enigma de los hilos invisibles que conectan a sucesos, descubrimientos o personas seguro que nos ha llamado la atención a todos en algún momento de nuestras vidas. Esa alineación mágica se ha producido una vez más durante esta semana que se nos va. Si de una parte la ONG Intermont Oxfam publicaba un informe en el que alertaba sobre la polarización del capital global asegurando que hoy en día el 1% de la población posee el 50% de las riquezas del planeta; de otra, el millonario Bill Gates, el hombre que maneja la mayor fortuna del mundo, y su esposa Melinda difundían su “mensaje anual”, el de la Fundación que lleva el nombre de la pareja, para “desmentir el mito de que los pobres están condenados a seguir siendo pobres”. La verdad absoluta, la que enfoca la mayoría de los estudios estadísticos sobre la economía mundial, apunta a que la brecha de las rentas experimenta el máximo desnivel de la historia reciente de la Humanidad. Sin embargo, el dueño de Microsoft, que el año pasado arrebataba al mexicano Carlos Slim el dudoso honor de encabezar la lista de esos multimillonarios que deben figurar por alguna parte en la ecuación que denuncia Intermont, nos presentaba un informe repleto de buenos propósitos, con verdades a medias y argumentos que dibujan una corona santoral sobre su ya ostensible calva, puesta de manifiesto en los vídeos donde el matrimonio explica delante de una pizarra, como en una escuelita, sus tesis divinas. Dice el magnate, junto a su costilla, que siete de las diez economías con mayor ritmo de crecimiento del último lustro se encuentran en África, pero no aclara que se trata del continente más pobre del mundo donde las proporciones de partida son paupérrimas y, por tanto, los índices, por más que evolucionen, no son comparables a los de las regiones desarrolladas, como su país, la primera potencia del orbe. Por supuesto que prefiero a un Gates que intenta resolver los problemas de los desheredados que a un Gates enclaustrado en su pirámide productiva, de la que al final parece que tampoco haya salido mucho, porque su peculio personal no ha cesado de aumentar a pesar de sus obras de caridad, una potestad tan antigua como engañosa. En última instancia, espero que les sirva a ambos para dormir a pierna suelta, sin remordimientos cuando recuerden sus viajes por lugares en los que la miseria campa a sus anchas, adonde fueron con el atrezzo de misioneros del siglo XXI para, como Teresa de Calcuta o Vicente Ferrer, entregar sus vidas y escasos diezmos a luchar, de verdad, contra la injusticia y la pobreza que aumenta incesantemente, por muchos esquemas que nos pongan delante.