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Pepe Luján – Por Luis Ortega

   

Para acciones, medios y publicaciones laudatorias he evocado y escrito sobre los intensos, fecundos y amenos ochenta años de José Dámaso Trujillo, con la perspectiva parcial del amigo que, en ese carácter, une inevitablemente el reconocimiento profesional y el afecto. Y con sincero interés atendí la amable petición de José Antonio Luján Henríquez, responsable de una sólida y sugestiva bibliografía, para sumarme a un prólogo común de un libro (10 paseos con Pepe Dámaso, Mercurio Editorial, 2013) resuelto en un género con modos aristotélicos y geografía determinada en cuanto, como el fundador de la escuela peripatética que “manifestaba sus reflexiones en movimiento”, plantea, vierte, provoca, recoge y comparte informaciones y opiniones con ilustres compañeros de paseo por la sabrosa histórica y sabrosa calle de Triana. Abierta con el profesor Bethencourt Massieu, la Ruta de la memoria nos brinda su segunda entrega con ese personaje “lírico y delicado, y también fuerte y agreste”, como lo ve el crítico Corredor-Matheos y “ese benévolo tsunami verbal” -según feliz definición del poeta Lázaro Santana- que, procedente de Agaete, invade de vientos creativos y rumbos insospechados cualquier lugar que habite o descubra y que, en su existencia plena, siembra ideas, sorpresas, apegos y pasiones. La efeméride damasiana dará mucho que hablar, ya lo verán, por neta justicia y por la convicción con la que el hombre y el creador defiende sus actos y sus obras; por eso, precisamente, me ocupo con interés de la forma en la que Pepe Luján, una cabeza bien amueblada, una sólida producción en la narrativa, la poesía, la historia local -desnuda de complejos y aldeanismos- y esa compleja modalidad de la entrevista que, sin petulancias de oficio, deja el protagonismo al dueño de las respuestas, como debe ser. En la decena de callejeos por el corazón urbano de Las Palmas, ha logrado presentar cabal y globalmente al tipo singular que tantos y tan complementarios y, también, contrapuestos pareceres ha suscitado en los treinta y ocho coristas que, cada cual a su modo y manera, prologaron esta cuidada publicación, capital para estar más cerca de un creador incansable que, después de ciento cincuenta horas de charla, fue sabiamente definido por el autor como “una enorme llama ardiente, un hombre habitado por la pasión y la espectacularidad expresiva de sus gestos, en sus palabras precisas y coloristas, en sus ojos llenos de luz, y abiertos, tremendamente abiertas a cuanto le rodea”.