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Socialistas catalanes – Por Juan Manuel Bethencourt

   

Tener dos almas, cuando hablamos de política, puede suponer una bendición, pero también un problema importante. Este es el caso de los socialistas catalanes, que navegan a la intemperie por las traicioneras aguas del soberanismo instalado en el debate de aquella comunidad autónoma. Lo curioso del asunto es que si hay una fuerza política que refleja la pluralidad intrínseca de la sociedad catalana es precisamente el PSC. De hecho, ha sido siempre la organización troncal sobre la que se ha construido el edificio del autogobierno, en dura competencia con su rival conservador natural, Convergencia i Unió. Jordi Pujol fue quien les robó la cartera del poder a escala autonómica, por su superioridad como cartel electoral ante rivales de peso notable, sobre todo Raimon Obiols. Pasqual Maragall se tomó la revancha más tarde, aun sin ganar las elecciones, hasta dejar al delfín de Pujol, el hoy presidente Artur Mas, fuera del poder durante ocho largos años, los del mandato de Maragall y de su mediocre sucesor, José Montilla. Maragall y Montilla representaron, no obstante, la simbiosis entre las dos almas del PSC: una catalanista y burguesa, la otra obrera y producto de la inmigración. Si los socialistas catalanes hubieran sido capaces de mantener la sinergia entre ambos movimientos serían aún el referente necesario para quien pretenda hacer política integradora en Cataluña. Este objetivo exige un liderazgo de dimensión muy superior al del PSC actual, y esta evidencia, unida a la polarización creciente de la política catalana, trae como resultado una sangría en la cual el viejo partido se ve empequeñecido por una sangría permanente. Pierde votos catalanistas que se van a los osados de ERC, y pierde votos no nacionalistas que acaban en el caladero demagógico de Ciutadans. Ha cedido en las comarcas con mayor implantación nacionalista y va camino de perder sus bastiones en el área metropolitana de Barcelona, tras ceder el poder monopolizado hasta 2011 en la propia Ciudad Condal. Es decir, un desastre sin paliativos. Son estos, ciertamente, tiempos en los que los moderados lo tienen muy difícil para exponer sus argumentos. Lo curioso es que los principios por los cuales el mensaje del PSC es el más adecuado para la Cataluña del presente e inmediato futuro siguen siendo igualmente válidos, y más aún en la deriva que domina los pasos del presidente Mas durante sus últimos y locos años. El socialismo catalán debe encontrar, y no es tarea fácil, ese pegamento capaz de aglutinar a sus dos almas, sin ceder a una en detrimento de otra. Es lo mejor para Cataluña y, claro está, también para España. Aunque casi nadie se dé cuenta.

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