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Poco consultados – Por Fran Domínguez

   

La política también tiene sus modas y ahora parece que las consultas populares, los plebiscitos y los referéndums están creando tendencia. Dejando a un lado sesudas disquisiciones sobre idoneidad, legalidad, competencias, voluntades, estrategias y golpes de efecto -que eso es otro cantar- resulta estupendo, saludable, saltamos de alegría, damos palmadas y gritamos ajijides por que se cuente con la ciudadanía -que bonita palabra si tuviese el respeto que se merece- para cotejar y expresar su opinión sobre un asunto más allá de las maleables encuestas y sondeos; eso sí, siempre que se ajuste a los marcos constitucionales establecidos, que para eso nos hemos dotado de ellos. No sé si afortunada o desafortunadamente -depende con qué ojos lo mires-, no somos Suiza, país que tiene la sana costumbre de invitar cada dos por tres a sus ciudadanos al noble oficio de depositar una papeleta en una urna, no siempre con resultados deseables a ojos externos, como el último realizado, en el que se votó volver a limitar la entrada de inmigrantes y la libre circulación de ciudadanos de países de la Unión Europea -al fin y al cabo son las propias reglas del juego-.

Claro, que el estado helvético tiene pocos habitantes, lo que ayuda a semejante fervor consultivo. Y es que cuando los atenienses idearon lo que luego se llamó democracia no lo hacían precisamente para un lugar que albergara millones de personas. Por cierto, ellos, con el reformador Clístenes a la cabeza, inventaron el ostracismo, una suerte de referéndum -en su acepción antigua- para decidir si mandaban al exilio a alguien que se saliera del tiesto.

A uno le gustaría que todos los que agitan la bandera de las consultas populares -da igual el color político- y que la azuzan con palabras rimbombantes como que el “pueblo hable” o apelen a máximas impostadas como el “derecho a decidir” luego fueran igual de solícitos con otros mecanismos democráticos que pueden alentar la participación activa. Me vienen de pronto a la cabeza los llamados -y pronto olvidados – presupuestos participativos también tan de moda en su momento o las casi siempre fallidas iniciativas legislativas populares, que suelen hacer agua con facilidad -vamos, tocadas y hundidas- cuando llegan a los dominios parlamentarios, pese a las preceptivas miles de firmas que las avalan. Las democracias representativas disponen de diferentes vías para que el ciudadano de a pie pueda ofrecer su impresión de lo que acontece sin tener que esperar cuatro años, aunque taponadas por todos lados y sin visos de desatascarse. Bienvenidas las consultas populares, los plebiscitos y los referéndums, pero si jugamos en serio a la participación, que sea de verdad.