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Los sueldos no son el problema – Por David Sanz

   

Soy consciente de que esta píldora de hoy va contracorriente con la sensibilidad que existe en nuestra sociedad actualmente sobre la llamada clase política. Discrepo que la reforma de la Administración pública se haya centrado en los salarios de los concejales y alcaldes, en lugar de hacer una profunda reestructuración del sistema, mejorando sobre todo su eficiencia. Por ahí sí se cuela un gasto millonario que no repercute en el servicio al ciudadano que deben prestar las administraciones públicas, pero no en los salarios de los regidores y ediles. Ahí no está el chocolate del loro. Claro que entiendo que el Gobierno haya planteado una reforma a la medida de lo que la voz de la calle reclama, usando como cabeza de turco las corporaciones locales. Pero a cambio de ser mínimamente efectista, esta reforma no será nada efectiva. No conozco a nadie que con un sueldo de político se haya hecho millonario. En general mantienen más o menos el nivel de vida que tenían antes de entrar y proporcionado a lo que podrían desarrollar dentro de su ámbito profesional. También es cierto que de todo hay en botica, pero al menos la gran mayoría, por no decir la totalidad, de los políticos que por mi oficio me ha tocado conocer, responden a ese perfil. Claro que lo fácil en esta coyuntura es atacar al político y a lo más evidente, su sueldo, dejando pasar la oportunidad de hacer una revisión más en profundidad de la propia estructura. Así las cosas, es comprensible que haya políticos que se estén planteando su permanencia en la vida pública si van a ganar menos dinero del que reciben en su actividad privada y que le es necesario para mantener a su familia. ¿Quién no se lo pensaría? Llevándolo al absurdo, al final el ejercicio de la política quedaría para rentistas, que pueden comprometer su ocio en la cosa pública, y desempleados, que encontrarían en unas listas electorales una salida para el paro con contrato de cuatro años. La racionalidad del gasto en la Administración tiene más que ver con otras cuestiones que deben atacar directamente para mejorar su eficiencia y cortar así el incesante chorreo de fondos públicos que se podrían destinar a necesidades reales. Hay organismos que duplican las funciones, otros que sencillamente no tienen sentido alguno y muchos que necesitan una reorganización interna para que sean más eficaces. Ahí sí está el meollo de la cuestión y no en los sueldos.