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Un domingo cualquiera >

El virus del desánimo – Por Gustavo Matos

   

La semana pasada en esta misma columna trasladé mis reflexiones en relación a como a la clase trabajadora se le ha inoculado el virus del desánimo. Esa enfermedad que ataca al sistema inmunológico de millones de trabajadores y trabajadoras a las que se les ha infestado con la idea de que no hay solución posible al actual sistema en el que han quedado reducidos a un mero número y en el que son los grandes perdedores de esta crisis que se ha llevado por delante sus derechos, sus garantías sociales y parte de sus libertades individuales. A diferencia de otras épocas similares a la que vivimos los ciudadanos están noqueados, aturdidos ante la enorme ofensiva neoliberal que después de haber hecho saltar la banca les pasa la factura de los excesos sobre los que no han tenido ninguna responsabilidad. El sistema ha funcionado como un gigante camello que regaló grandes dosis de acceso a bienes a través del endeudamiento fácil y barato para que los ciudadanos se alejaran de su condición de tales y se convirtieran en una especie en simple consumidores adictos a un nivel de vida que no era más que una ficción, y atándose de por vida a entidades financieras en una espiral que les ha hecho dependientes del sistema. Y así el sistema consiguió bloquear la capacidad de reacción de millones de ciudadanos que tampoco encuentran seguridad en un salida a través de otras alternativas políticas, económicas y sociales, creado un clima social en el que ahora por esa dosis que antes nos regalaban somos capaces de aceptar algo que en otro momento no estaríamos ni siquiera dispuestos a discutir. Todo ello aderezado con una potente campaña de desprestigio de lo público y de aquello que permite a los trabajadores poder defenderse de los abusos del mercado. Si este perverso juego tiene su reflejo en cuestiones concretas el del deterioro y desguace de las condiciones laborales es sin lugar a dudas su mejor tarjeta de presentación. Hasta hace muy poco tiempo la sociedad se revolvía ante lo que consideraba algo inaceptable como era que millones de personas trabajaran por un salario de mil euros al mes. Los famosos mileuristas. Hoy, tras la lenta pero eficaz inoculación del virus de la desesperanza y de después de habernos convertido en adictos al crédito, el mensaje que ha calado es el de que tenemos que aceptar cualquier trabajo, cualquier condición laboral, cualquier salario con tal de que tengamos un puesto de trabajo. Que demos eso por bueno y que una sociedad que antes se revelaba contra la situación de los mileuristas hoy vea como algo normal los minijobs o la precariedad laboral. Al menos tienes trabajo, es el mensaje que como un mantra se repite una y otra vez hasta conseguir que esas condiciones de trabajo absolutamente inaceptables las veamos como un mal menor mientras nos congelan los salarios, nos suben el recibo de la luz o nos hacen pagar por las medicinas. Pensemos en ello. Hay que encontrar pronto la vacuna.