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Furia – Por José David Santos

   

La vida está llena de asuntos ante los que revelarse e indignarse. A poco que giremos la cabeza más allá de nuestra cotidianidad y pequeñas angustias, el mundo se revela muchísimo más cruel, inhumano e injusto de lo que percibimos. Sí, lo que nos queda cerca, la maldita crisis, una enfermedad inesperada, un desamor, una frustración, un hartazgo inexplicable, la tristeza, etcétera, nos sacuden o llegan hasta nosotros sus efectos sobre los demás. Y creemos que en ese microuniverso no hay nada más. Pero, insisto, alejados de esa bruma egoísta, todo puede ser peor. Por eso, los optimistas, los que salen adelante en situaciones que a otros nos hundirían sin remedio son objeto de admiración. Son ellos lo que se pelean con la vida y nos dan ejemplo de que en la basura se puede esconder el tesoro de la esperanza. Así, a golpe de metáforas y lirismo barato quiero expresar, por el contrario, mi pesadumbre por la actitud de los antagonistas a esos luchadores. Y no me refiero al pesimista o aquel que sucumbe ante sus problemas o reniega de la humanidad porque sigue sin comprender por qué se queman vivos a unos niños por ir a la escuela. Hablo de los que buscan en nimiedades, en estupideces, en anécdotas intrascendentes el único modo de volcar todo ese rebumbio de negatividad y que, frente a los otros, son incapaces de o aportar luz a la sociedad o, simplemente, luchar contra sus propios demonios sin azotar al resto. Acechan, en estos tiempos modernos sin Charlot, sobre todo, en las redes sociales. En ocasiones se agradece que toda esa hiel, esa furia malentendida, se cuele en la Red porque da pavor pensar que existan tantos y tantas con posibilidades de salir a la calle con ese ánimo tan dispuesto para atacar al prójimo. Dos ejemplos recientes. Unos jóvenes se disfrazan como los famosos enanos de Santa Cruz de La Palma y, a poquito que se diera rienda suelta a las reacciones, deberían ser quemados por herejes y se declararía una guerra palmera entre Los Llanos y la capital. Otro. Un guardia civil de paisano salva a una niña de dos años en una atracción de la feria del Carnaval en Santa Cruz. Unos dudan de que deba ser premiado, en forma de medalla o algo así, el salvador y otros someten a la madre de la niña a un juicio directamente condenatorio que ni a Goebbels. La madre, evidentemente, explica su postura, que no es otra que la de dar a entender que no actuó a la ligera con la vida de su hija y que fue ella la que espantada observó cómo la pequeña se deslizaba y que esa imagen la llenará de angustia siempre, pero aún así, la siguen machacando sin piedad. Y, claro, a uno le entra esa pesadumbre de la que hablaba antes y le es imposible, al menos hoy, creer que de esta (y cada persona tiene sus retos) vamos a salir indemnes.

@DavidSantos74