Tengo para mà que en relación con Adolfo Suárez se ha dicho ya casi todo. Todo menos la palabra clave: gratitud. Reconocimiento a quien fue la figura clave en el proceloso momento de tránsito de la dictadura a la democracia. Seguimos en deuda con un hombre al que unos y otros trataron con saña. Quienes acampaban en el solar del que procedÃa porque se percataron de que estaba dispuesto a enterrar bajo siete llaves cuanto significaba el franquismo y quienes llevaban años luchando por meter a España en el camino de la democracia porque en los compases iniciales del cambio vieron cómo les arrebataba la merienda. Buena parte de la prensa participó de manera tan activa como sectaria en la cacerÃa. Muchos de los suyos no le querÃan y algunos de aquellos a los que lealmente sirvió le dejaron caer. España es el paÃs que mejor entierra a sus muertos. Pero en vida es madrastra. La peor de las madrastras. Con Adolfo Suárez -que ya está en los libros de Historia- tenemos, como digo, una deuda de gratitud. La suya fue una figura trágica. La de un hombre que pese a ser fruto del pasado tenÃa el futuro en la mirada. Un futuro: la democracia, la igualdad de todos los ciudadanos, del que no habÃa recibido noticia a través de los libros pero sà por la vÃa del olfato polÃtico. Junto a la audacia, la intuición fue una de sus virtudes. Intuyó que tras cuarenta años de dictadura los españoles querÃamos pasar página; querÃamos libertad. Quizá porque procedÃa del franquismo -fue el último secretario general del Movimiento, el partido único del Régimen-, su conversión a la democracia fue profunda. Estigmatizadora a fuer de sincera. La suya fue la fe obsesiva del converso. Le dolÃa que sus adversarios de entonces dudaran de su sincera apuesta por la democracia. Quienes por razones profesionales seguimos en aquél entonces muy de cerca su vida y obras tardamos en apreciar la complejidad de la titánica tarea que fue capaz de sacar adelante. Se hablará estos dÃas y mucho de su coraje en las horas dramáticas del golpe de Estado del 23F. Pero aquel dÃa en el que tanto él como el general Gutiérrez Mellado dieron ante los ojos del mundo una lección de valor y dignidad venÃa precedido de otros muchos dÃas de actos de audacia polÃtica. En esta hora en la que hasta sus enemigos de antaño se deshacen en elogios y el primero de todos quien le dejó caer -acreditando prueba de notable ingratitud-, es el momento de recordar que tenemos una deuda colectiva de gratitud con Adolfo Suárez. Con su figura y con cuanto significa su legado polÃtico. Se nos va un hombre para la Historia. Un ciudadano cuya vida y aventura polÃtica deberÃa explicarse en las escuelas al modo como en Grecia explican aún hoy la vida de los grandes nombres y héroes de la Democracia.