X
nombre y apellido > Luis Ortega

José de Anchieta – Por Luis Ortega

   

El papa Francisco, como lo prueba a diario, no admite componendas ni hipocresías; es riguroso pero educado y amable y, frente a otros eclesiásticos, pone el perdón a la cabeza de sus modos y virtudes; enérgico con la razón, no gusta de ruidos y polémicas y, siempre, sabe cómo actuar. “Por azar divino” me comenta un sacerdote, le tocó a él, “primer pontífice jesuita y americano, reparar una grave injusticia histórica’ y, para zanjar debates estériles, llevará a los altares al beato José de Anchieta (1534-1597) mediante una decisión personal – “canonización equivalente” – que elude los pesados requisitos de milagros recientes y toda suerte de pretextos que, desde 1980, cuando fue beatificado por Juan Pablo II, han retrasado los honores máximos al que los habitantes del país con más católicos del mundo veneran como santo y honran como fundador de las principales ciudades de Brasil – Sao Paulo y Río de Janeiro – médico, lingüista, poeta y primer escritor del coloso del Sur. Lagunero con orígenes vascos y lusitanos, estudió en la Universidad de Coimbra y realizó una encomiable labor misional, cuya fama estuvo condicionada por los avatares de la Compañía de Jesús, desde las disputas por las reducciones meridionales hasta, en tiempos recientes, la Teología de la Liberación. Acaso por eso, porque los sustos de la curia no paran y, sobre todo por el talante sencillo de Bergoglio, el trámite se solventará con decisión, dignidad y discreción, “las tres des” que, según un amigo argentino del antiguo arzobispo bonaerense, califican a “este hombre de Dios”. No parece dispuesto el Sumo Pontífice a un uso interesado de la figura de Anchieta; Wojtyla le dedicó una fastuosa beatificación en vísperas de un viaje a la tierra evangelizada por el tinerfeño, y Ratzinger le incluyó en el capítulo de intercesores de las Jornadas de la Juventud celebradas en su patria de adopción en 2013, poco antes de su dimisión. La normalidad de la actuación papal, prevista para el próximo abril, actuará como un lenitivo en las ásperas relaciones de los jesuitas con la inflexible rama de la iglesia secular que, con tanta persistencia y saña, ha seguido y censurado sus actuaciones en un continente con una escabrosa distribución de la riqueza, sangrantes desigualdades sociales y, como en otros lugares, en indignas connivencias con poderes civiles corruptos. Anchieta aceptaría de buen grado el trato y, sobre todo, la manera, porque en su obra criticó las formas vacías y los fastos gratuitos para glorias claras o inmerecidas.