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Una niña, una muerte y unos sinvergüenzas – Por Miguel Tejera Jordán

   

Una niña aquejada de varicela ha muerto porque una ambulancia no fue a buscarla a su casa para llevarla a un centro de salud a que la reconociera un médico. Y nos cuentan que la niña falleció por culpa de un protocolo médico, o mejor, por culpa de dos protocolos médicos, uno vasco y el otro castellanoleonés. Cuando lo cierto ha sido que la niña ha muerto por culpa de la de sidia y de la hijoputez de los responsables médicos de centros de salud de dos comunidades autónomas que primaron la pertenencia del ambulatorio a una u otra parte de España, de esta España rota e insensible, plagada de incompetentes y de salvajes a todos los niveles. Hablemos claro de una vez y sin temor alguno a decir la verdad. La niña no ha muerto por culpa de los protocolos, sino por culpa del médico o los médicos que se negaron a enviar la ambulancia que debía transportarla al centro de salud más cercano, fuera vasco o castellanoleonés, para que un galeno le salvara la vida. En este país de coña, auténtico lodazal de caca en el que no funciona nada, ni siquiera la Fiscalía General del Estado ha movido un dedo, que se sepa, al menos que uno sepa, para que el médico o los médicos que negaron la ambulancia a la niña estén en la cárcel, a la espera de que les casquen un montón de años por negligencia profesional y por imbecilidad manifiesta, imbecilidad rayana en delito criminal de primer orden. Porque resulta que, en España, hay un ministerio de Sanidad y 17 consejerías de sanidad de estos 17 reinos de taifas en los que cada reyezuelo campa por sus fueros sin importarles los ciudadanos o que una niña muera. Pudiendo estar viva y con sus padres. ¿De qué nos sirve tanta administración sanitaria? En este país hay un ministro de Justicia, hipócrita él, dónde los haya, que reforma una ley del aborto a su antojo, en defensa de la vida, dice él, pero que no sale a dar la cara para perseguir a unos golfos que han matado a una niña. A una niña que no estaba dentro del útero de su madre, sino vivita y coleando, y que ha muerto porque unos golfos sinvergüenzas le han dejado morir delante de todos nosotros por un quítame allá esas pajas, o esos protocolos médicos. ¡Pobre Hipócrates! Sinceramente, no sé porqué España no ha explotado todavía. ¿A qué tenemos que esperar para que los políticos pendejos de esta España maldita hagan su trabajo de una vez? ¿A que se nos mueran nuestros abuelos en los pasillos de los hospitales? ¿A que se nos mueran nuestros jubilados preferentistas estafados por los sinvergüenzas de la banca? ¿A que se nos mueran los ciudadanos que no pueden pagar la hipoteca y que tienen que irse a vivir debajo de un puente, con sus hijos pequeños, sin derecho a nada? ¿A que nos bajen el IRPF pero nos suban el IVA (el IGIC en Canarias) y nos estallen como pitas esta manada de devoradores insaciables? ¿A que llegue el día en que vayamos a trabajar a cambio de la comida, sin ningún derecho social y sin ninguna protección frente a empresarios salvajes protegidos por los gobiernos, por gobiernos serviles y por partidos de oposición igual de oportunistas y serviles? Se me dirá que exagero y que busco el escándalo. No. Sólo pienso en la madre y el padre de la niña muerta. En sus hermanos y abuelos. En su familia. En lo que nos pasará a todos nosotros si no paramos en seco a tanto golfo y a tanto golferío.