X
La última>

Controlar el turismo – Por Jorge Bethencourt

   

Muy en el fondo -o sea, en el fondillo- el enfrentamiento político por la Ley de Rehabilitación y Renovación turística esconde el encanallamiento político de las administraciones públicas en este país. Porque lo que se discute al final es quien tiene la sartén por el mango en un modelo de planificación central. El Gobierno central, el canario o los cabildos están embroncados porque no les basta con establecer qué suelo tiene uso turístico: quieren, además, decidir qué es lo que se construye encima de ese suelo. Es curioso que exista tanta preocupación por un sector que va históricamente viento en popa y tan poca por los otros dos que van de culo y sin freno: industria y agricultura. Es como si los médicos dedicaran la mayor parte de su tiempo a curar a los que están sanos. Es posible que al turismo canario le quede por atravesar algunas crisis importantes. Ya ha pasado por algunas. Y sobrevivió. El sector creció y se desarrolló sin necesidad de que la tecnocracia burócrata les dijera cómo hacer las cosas. Se crearon ofertas alternativas al turismo de sol y playa antes de que los políticos se aprendieran el discurso del ocio complementario. ¿Que se han hecho algunas cosas mal? Pues claro. También en política hemos tenido dos guerras mundiales. Y la dársena de Los Llanos. Y el enlace Santa María del Mar-Las Chumberas. Canarias tiene una gran parte de su territorio protegido. A los primeros que les interesa conservar el medio ambiente es a los que hacen caja con los guiris. El mayor estropicio del territorio no ha venido por los hoteles, los campos de golf o los apartamentos. Ni siquiera por agricultura. El mayor destrozo de nuestras Islas lo ha protagonizado la autoconstrucción incontrolada. En las medianías, en los bordes de los barrancos o a la sombra de las laderas. Aquí le dabas al paisano un par de bloques y en dos días tenías hecha la Capilla Sixtina. Casas y casas que se extienden por todos los rincones donde han crecido sin orden ni concierto. Prohibir más camas no es liberar a Willy. Es hacer que Willy gane más pasta porque nadie más se puede sumar al negocio. Por eso los que ya están aplauden con las orejas. Y por eso los que mandan se pelean para ver quién se queda con honores de hacer los favores. A tal horror tal señor.