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Sobrevivir sin poesía – Por Félix Díaz Hernández

   

Cansado de la prosa; de las frases cortas con sujeto, verbo y predicado; de las historietas banales de cada día; del rutinario y predecible camino de los punteros del reloj; aquel amputado poeta todavía se pregunta dónde quedaron sus versos. La estructura narrativa de su vida comenzó como una novela de gran formato, profunda y emocionante. Hoy en día, tras pasar por las categorías de cuento corto, fábula y manual de autoayuda, apenas aspira a ser una nota necrológica a dos columnas. Cuando jugaba a crear el caos con las palabras, a hilvanar sueños, aspiraciones y sentimientos, ya fueran propios, ajenos o imaginados; este viejo poeta sonreía por dentro, se asomaba a las ventanas de la realidad gritando que no le importaba el mundo, que había nacido para crear, para emocionar. Devoraba libros, tardes y muchas noches experimentando, aprendiendo, con el oscuro deseo de volcar esa sabiduría en escuetos versos rimados. Como un vampiro sorbió sangre de todos los cuellos que se pusieron a su alcance; probó todas las copas de vino que le ofrecieron; apagó todos los cigarros que le regalaron las noches y la bohemia provinciana de su pequeña ciudad. Sin embargo, hoy, cuando se arrastra hacia las primeras luces del día no se reconoce. Peor aún es cuando descansa su cabeza en la almohada y se encienden las luces de la nostalgia de quién había sido, no para los demás, para sí mismo. Ya no es capaz de levantar un poema, una bandera y se limita a ceñir, a bogar en la calma del mar de la rutina. Como a tantos otros, la vida lo engañó con promesas que no cumplió y, en algún momento, acabó dejándose llevar por la brisa hasta la orilla de la mórbida comodidad.

@felixdiazhdez