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Vuelven los Bush – Por Juan Manuel Bethencourt

   

Acaba de arrancar la primavera de 2014 y, no se extrañen ustedes, llega el momento en el cual empiezan a asomar los posibles candidatos a la próxima presidencia de los Estados Unidos. Se podrá decir que estamos ante un ejemplo extremo de previsión, aunque es obligado matizar que en el caso de la superpotencia el proceso electoral es larguísimo, un año entero entre primarias y campaña presidencial propiamente dicha. Antes se celebrarán las elecciones legislativas de mitad de mandato, también en noviembre, un test muy fiable sobre las tendencias políticas del momento, capaz de enterrar las opciones de más de uno y también de impulsar nuevos valores. En este caso, y como ocurriera hace seis años, el panorama se presenta muy abierto, dado que el presidente en ejercicio no puede ser reelegido, al completar Barack Obama sus dos mandatos. Tampoco el vicepresidente Biden parece una opción demasiado ilusionante, de modo que demócratas y republicanos coinciden en algo: tienen que lanzar a un candidato de nuevo cuño. En el bando republicano hay un nombre que se anuncia con renovada fuerza: su apellido es Bush, pero su nombre es Jeb, no George.

Los medios conservadores se hacen eco de mensajes cautos, estudiados, pero esclarecedores, porque Jeb, admite él mismo, se lo está pensando y afirma que el país necesita un nuevo mensaje “optimista y esperanzador”. El hermano menor del segundo Bush presidente fue gobernador de Florida durante ocho años, dejando, por cierto, un buen recuerdo. De hecho se le definió siempre como el listo de la familia, el predestinado a ganar la presidencia, aunque fue George W. quien ocupó finalmente ese lugar para convertirse en el segundo hijo de presidente que alcanza la Casa Blanca (tras los Adams, John y John Quincy). Y además lo logró gracias a un polémico recuento contra Al Gore en… Florida. Sobre hermanos en la presidencia no hay precedente, pues la única opción que hubo al respecto, la de Bobby Kennedy recogiendo la antorcha de su hermano asesinado, terminó de idéntico y trágico modo. Al final, estamos hablando de dinastías, muy al uso en las democracias de este tiempo. Las repúblicas imitan a las monarquías cuando los patricios de la clase dirigente se empeñar en perpetuarse por la vía de lanzar a la arena electoral a sucesivos integrantes del clan. Es pronto para afirmarlo, pero a estas alturas no es imposible que la contienda de 2016 por el gobierno del país más poderoso de la Tierra sea librada por el hermano de un presidente, Jeb Bush, enfrentado a la esposa de otro, Hillary Clinton. Llegado el caso habría que tomar los ocho años de Obama como interregno exótico entre los apellidos de siempre.