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Cara y cruz de la UE – Por Leopoldo Fernández Cabeza de Vaca

   

La crisis desatada desde finales de 2007 está teniendo extraordinaria influencia en la percepción de ese “espacio de paz y prosperidad” con el que se pretende identificar a la Unión Europea, cuya concepción no podría entenderse sin considerar sus propias raíces, es decir, todo aquello que le da vida y permanencia, unidad y diversidad -el “unitas multiplex” que resume Edgar Morin, el gran pensador de la identidad europea-, en un proceso de ósmosis permanente.

La crisis económica, las incertidumbres que suscita la propia construcción europea, la unión económica y monetaria, las dificultades existentes para encontrar un nuevo modelo social adaptado a las actuales circunstancias, el paro masivo, la extensión de la pobreza, el papel de la UE en un mundo globalizado, la influencia de los extremismos ideológicos, la falta de solidaridad entre países y tantos y tantos desencuentros empañan y desfiguran en gran medida la imagen de los ciudadanos sobre la Europa comunitaria.

Lo que va de ayer a hoy
Pero, en sus casi sesenta años de vida, no debe olvidarse que la Unión Europea que hoy reconocemos ha sido capaz, en distintas fases temporales, de articular unas instituciones y establecer unas políticas que han sido acordadas voluntaria y decididamente por un número creciente de países con el fin de llegar a configurar en su día los Estados Unidos de Europa. Y ello, sobre la base de una unidad política, económica y social y en el marco de un sistema de valores, actitudes y prácticas que defiende los grandes principios del sistema democrático, es decir, elecciones libres, respeto a la libertad, defensa de los derechos humanos, ejercicio independiente de la justicia y aplicación de la economía libre de mercado con proyección social. Sin embargo, en una coyuntura tan problemática como la que vive actualmente la UE, no es fácil convencer a los ciudadanos de que la única y mejor receta sigue siendo “más Europa” cuando instituciones y gobiernos -en general, todos los dirigentes políticos del viejo continente- no están siendo capaces de explicar, de manera comprensible y didáctica, la necesidad del proyecto europeo y las ventajas de una integración llamada a rendir grandes resultados en beneficio de todos, además de contribuir a la paz y estabilidad de un continente históricamente azotado por guerras, rivalidades y divisiones sin fin. Los debates entre los candidatos a presidir la Comisión distan mucho de interesar al gran público, pero -en contra de lo que ocurrió en el lamentable mano a mano televisivo entre la señora Valenciano y el ex ministro Cañete- al menos han aportado ideas de las que es posible extraer un conjunto de soluciones para llevar a Europa a una auténtica conciencia colectiva -que armonice intereses contrapuestos y particularismos y genere un sentimiento de adscripción y pertenencia- y hacia un destino común en el que derechos, valores, iniciativas y proyectos acaben con tanto descontento popular. La empresa no es fácil, pero ya ha alcanzado progresos significativos, aunque persisten algunas reticencias al avance en la integración plena, por la pérdida de competencias soberanas en favor de órganos supranacionales o por la posible alteración de identidades culturales y formas de vida.

La opinión de los ciudadanos
No se puede construir Europa en contra de la opinión mayoritaria de los ciudadanos, como no se puede entender Europa con una política informativa escasa y espesa, cuando no defectuosa, incapaz de cohesionar a los europeos y fortalecer el apoyo popular a la Unión entre sus propios partidarios, y de convencer de su necesidad a detractores y escépticos, pese a que Europa no es, ni puede ser, una receta milagrera. Pero la UE disfruta de suficiente apoyo político para proseguir su camino hacia una mayor integración y para emprender la necesaria reforma de sus instituciones, en las que se requiere incrementar la confianza del ciudadano. Para esta última tarea conviene aumentar sensiblemente los flujos informativos y, en especial, un mayor entendimiento de lo que realmente está en juego en la UE y cómo se plantea la armonización de intereses en ese espacio común por el que es posible desplazarse libremente, sin pasaporte, así como residir, trabajar, estudiar y comerciar con los mismos derechos y obligaciones que los naturales de cada uno de los 28 países de la Unión.

Por los efectos directos que han sufrido a causa de la crisis, son las clases populares, los marginados y las capas sociales menos favorecidas quienes cuestionan no sólo la legitimidad de la propia UE, sino sus políticas sociales y económicas, que han desatado una sensación de impotencia y desaliento muy preocupante. Para nadie es un secreto que la UE ha dado excesiva preponderancia a la política económica y monetaria y ha dejado en un segundo plano el progreso social e incluso la creación de empleo, cuando debería ser el primero de los objetivos. Paradójicamente, los organismos comunitarios que se ocupan de los asuntos de trabajo y empleo tienen bastante menos poder que los encargados de la política económica, lo que evidencia los desequilibrios internos dentro de la UE y explica por qué determinados asuntos sólo puede resolverlos el Consejo de Ministros comunitario.

Así como las políticas estructurales y de desarrollo regional han permitido reducir desigualdades, las destinadas a crecimiento, competitividad y empleo, tal y como las entiende el Libro Blanco que la Comisión dedica a ese apartado, apenas se han llevado a la práctica, y con resultados desiguales. De ahí que algunas iniciativas de los candidatos a presidir la Comisión apunten a la creación de un auténtico Comité para el Empleo que contribuya a definir las grandes orientaciones en materia de política económica y a lograr que sus acuerdos sean más eficaces y transparentes, simplificando y agilizando los procedimientos de toma de decisiones, generalizando el sistema de voto por mayoría cualificada y aumentando la participación de los ciudadanos. Éstos deben tener un mayor peso, a todos los niveles, en las instituciones comunitarias si de verdad se desea su democratización.

La principal reivindicación
Quizás la más importante reivindicación ciudadana ante las elecciones del 25 de mayo se centre en la búsqueda de un mayor protagonismo social que contrapese el determinismo de la economía de mercado y su actual incapacidad para la mejor y más justa distribución de los recursos y para alcanzar el deseable equilibrio entre la oferta y la demanda de trabajo y la de bienes de consumo y servicios. Se trata de defender a ultranza unos valores sociales básicos para la convivencia solidaria. Es evidente que una Europa con más de 25 millones de parados y 50 millones de pobres necesita acciones urgentes para ayudar a salir del atolladero a quienes hoy están marginados del progreso social, uno de los grandes objetivos de la UE.

Las políticas de austeridad y recortes por encima de todo impuestas desde Bruselas por la llamada ‘troika’ se ha visto ya que no son las más adecuadas para combatir la crisis y facilitar la creación de empleo; necesitan imperativamente medidas de estímulo de la economía y mayor acceso al crédito, además de un riguroso plan de inversiones y un transparente diálogo social que lleven a la Unión a recuperar la confianza y la eficiencia perdidas en sus objetivos de integración económica y social, así como de regulación del sistema financiero, uno de los grandes culpables, si no el mayor, de la crisis.

A pesar de la crisis y de la indefinición sobre el futuro que le aguarda, Europa es hoy por hoy la única y gran oportunidad para la convivencia pacífica y el progreso social y económico que se vislumbra en el horizonte del viejo continente en el que políticamente nos insertamos. Por primera vez, los electores vamos a poder influir directamente en la composición de la Comisión Europea, verdadero Gobierno de la UE, cuyo presidente será elegido por los 751 eurodiputados que salgan de las urnas el 25 de mayo, en función de los resultados. Se trata de un ejercicio de ciudadanía, base de la democracia representativa de la Unión que se encarna precisamente en el Parlamento.