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Disculpas diferidas – Por Isaías Lafuente

   

Seis días después Miguel Arias Cañete ha pedido disculpas por su impresentable afirmación, según la cual no brilló más en el debate televisado frente a su rival socialista porque de haber mostrado su “superioridad intelectual” podría haber sido acusado de machista. Si las disculpas tuvieran fecha de caducidad, como los yogures, la habrían sobrepasado. Cañete se ha disculpado además con la fórmula condicional propia del no convencido, como si a estas alturas no conociera la nómina precisa de ofendidas y ofendidos, comenzando por Elena Valenciano. Da la sensación de que Cañete ha sido empujado y de que quien le ha aconsejado hacerlo le ha dicho que quizás en la Comisión Europea, adonde aspira llegar, estas cosas se las toman muy en serio y no a título de chascarrillo.

El machismo es un mal que vamos extirpando en nuestro país poco a poco, pero aún quedan restos activos. Ese machismo a veces brota en un gesto, en una mirada, en una expresión, de manera inconsciente. Y cuando eso sucede y alguien nos lo recrimina no sólo debemos disculparnos de inmediato sino que tenemos que reflexionar sobre si la equivocación es la expresión o el mal brota desde lo más profundo de nuestro pensamiento. La tarea es colectiva y por eso el espectacular silencio con el que el PP ha envuelto su presunto apoyo a Cañete ha sido tan vergonzoso como la desafortunada expresión del compañero dicharachero. Cañete no ha sido el primero y seguro que no será el último. Y su reacción no ha estado a la altura de su responsabilidad como candidato ni de sus aspiraciones futuras. Y quienes le han reído la gracia, se la han disculpado o sencillamente la han silenciado, tampoco.