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Indiferencia digital – Por Saray Encinoso

   

Dice Internet que en 1995 apareció la primera definición de egosurfing, esa variante del narcisismo tradicional que consiste en teclear nuestro nombre y esperar a que el oráculo de Google nos revele cuál es nuestro impacto, cuántas veces nos han mencionado y, sobre todo, quién. Según el instituto Pew Research Center, el año pasado el 56% de los estadounidenses buscó su nombre en la Red. La práctica, bastante generalizada, fue usada especialmente por menores de 50 años y se incrementó a medida que lo hacían los ingresos. No hay estadísticas sobre europeos ni españoles, pero todo hace pensar que la tendencia, que ha ido en aumento en Estados Unidos, es equiparable al resto de países con conexión generalizada a la red. Saber qué estela dejamos en Internet entra dentro de la curiosidad humana, pero, ¿en qué momento deja de ser sano? ¿Es cierto que vivimos inmersos en la era del hedonismo tecnológico?
La ciencia avanza a tal velocidad que hace tiempo que los legisladores asumieron que siempre llegarían tarde. Los tuits que surgieron tras el asesinato de la presidenta de la diputación de León abrieron el debate sobre la necesidad o no de legislar el uso indebido de la red social, como si las leyes generales no castigasen estos comportamientos. En Twitter y en Facebook, sin embargo, observamos todos los días otra realidad, la de la indiferencia cibernética en un mundo dominado por bandos. Igual que en la España uno punto cero, en la red se han construido trincheras. Esos radicalismos también entran dentro de lo habitual. Lo novedoso es que cada vez más personas deciden entregarse al culto personal y, a cambio, se posicionan menos. No se analizan qué es justo y qué no o qué está bien y qué mal; no se arriesgan a tomar partido por nada. Se suman a las grandes consigas del no a la pobreza y sí a la dignidad, pero eluden a toda costa denunciar, criticar o comentar cualquier asunto que ocurra en la acera de enfrente. Saben que decir sí o no, manifestarte en contra o a favor, es una decisión que acabará pasando factura.

En tiempos donde la libertad escaseaba, el consentimiento lo explicaba el miedo. Hoy, huir del debate público, demuestra el auge de un nuevo individualismo. Cada vez hay más personas que prefieren ser camaleones y mimetizarse con el ambiente; algunos como estrategia para avanzar en su camino personal y otros por simple hastío. En ese trayecto, perdemos conversaciones y ganamos consignas. No se precariza la política sino la vida.

@sarayencinoso